Por Soledad Cadena
(Encuentra éste y otros relatos en Universo de libros y Diversidad Literaria).
Un día, el Verde decidió marcharse definitivamente; lo hizo a la vista de todos, pero estaban muy ocupados para notarlo, aunque les hubiera dado la oportunidad de echarlo de menos, empezando a partir poco a poco.
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Un día, el Verde decidió marcharse definitivamente; lo hizo a la vista de todos, pero estaban muy ocupados para notarlo, aunque les hubiera dado la oportunidad de echarlo de menos, empezando a partir poco a poco.
Primero,
decidió retirarse de las plantas que a manera de accesorio, adornaban las
oficinas y salas de los hogares. Quienes lo notaron hicieron caso omiso,
pensando que simplemente se habrían
secado por efecto del clima y que pronto reverdecerían. El vértigo de la vida
diaria no da tiempo para ocuparse de esas insignificancias.
Viendo
que eso no era suficiente para llamar la atención, optó por abandonar los pocos
árboles que aún existían; al parecer, logró el efecto contrario, pues a quienes
lo notaron les pareció un hermoso espectáculo de la naturaleza ver los árboles revestidos de gris.
A
pesar de estas derrotas, el Verde no se dio por vencido. Pensó que tal vez si
se retiraba de las pocas montañas vírgenes que rodeaban la ciudad, lograría el
efecto deseado; con dolor se despidió de ellas y una mañana de domingo,
buscando la mayor cantidad de espectadores posible, se replegó lo más que pudo,
se escondió en una pequeña gruta lejana y esperó ansioso la reacción de los
ciudadanos. Pero las horas pasaban y muy pocas personas comentaban el extraño
fenómeno:
- “¿Las
montañas se ven grisáceas, no le parece vecina?”
- “Es
verdad, no lo había notado; ¿será por efecto del calor que hace por estos días?”
- “Sí,
debe ser, ¿No escuchó usted algo sobre unos árboles grises? Es por lo mismo.
Eso
fue todo.
El
Verde pasó una noche terrible acurrucado en su gruta, su noble ego herido,
pensando en el paso definitivo que iba a dar. Redactó una nota para la
Asociación de Colores del Arcoíris donde daba cuenta de su retiro del
colectivo.
A la
mañana siguiente, el Verde había desaparecido de toda verdura y legumbre que estuviera
destinada a esa comunidad. Pero, lamentablemente para él, el inusual fenómeno fue explicado por estudiosos
que no sabían y aceptado por habitantes
que no entendían.
Estaba
decidido. Ese fue el último día que le verían allí. Recogió sus pocos vestigios
alojados en jardines, campos de fútbol y separadores de avenidas y se refugió
en la gruta.
Así
fueron pasando los días; poco a poco la falta de Verde comenzó a hacer mella en
la vida perfecta de los habitantes; las verduras y legumbres llegaban todos los
días a los mercados, sólo que ahora eran grises; las autoridades ambientales y
de salubridad recomendaban no consumirlas. Para contrarrestar tal situación, se
optó por importar dichos alimentos, pero extrañamente, tan pronto llegaban a
los mercados, adquirían el desagradable color gris.
El
calor cedía y la temporada de lluvias se avecinada; la comunidad confiaba en
que todo reverdecería, pero no fue así; a pesar de los aguaceros, árboles,
montañas y alimentos seguían siendo grises. Los informes, estudios y noticas al
respecto eran escuchados atentamente, con la esperanza de entender qué estaba
pasando y sobre todo, cuándo se solucionaría.
Se
alzaban voces a favor y en contra de cualquier argumento: algunos culpaban
abiertamente a los fabricantes de fertilizantes, herbicidas, fungicidas,
plaguicidas, etc. Otros, hablaban de castigo divino y por enésima vez, del fin
del mundo. Los más osados, defendían la tesis de posibles invasiones
alienígenas, no así los estudiosos, quienes aseguraban que todo se debía a los efectos del cambio
climático. Fue en ese punto cuando se hizo necesario hacer venir a los Mamos de la Sierra para que haciendo uso
de su sabiduría milenaria, invocaran al Verde y le pidieran que regresara.
¡Qué
soberana majestad la de estos ancianos! Les bastó con ver el imperio del gris
reinante para saber lo que pasaba. De inmediato, pidieron convocar a la
comunidad en sus plazas centrales esa misma noche, mientras ellos, poseedores
de todos los secretos de la Madre Naturaleza y conocedores de su lenguaje
sagrado, se encargarían de hablar con el Verde.
No
les fue difícil encontrarlo; él quería ser descubierto. ¡Qué felicidad sintió
al recibirlos! Tembloroso, como un niño asustado y bañado en llanto, les
refirió todas sus tristezas acumuladas durante años de olvido; cómo lo habían
desplazado cada vez más, en aras de su civilización de hierro y concreto.
Entonces,
la comunidad expectante al abrigo de la noche, fue testigo del espectáculo más
hermoso que hubiese podido ver mortal alguno: ni los rayos del Sol despiden tal
claridad y belleza como la que despedían los rayos del Verde aquella noche
mágica. Una sinfonía, una gradación de tonos verdes inundó el cielo, bañó la
tierra y lo regó todo. Por espacio de un minuto, el Verde se mostró en su real magnitud,
pleno, rebosante, feliz.
Los
ciudadanos casi no pudieron dormir esperando que llegara la mañana para ver
cumplida la promesa que el Verde había hecho a los Mamos.
Por
su parte, el Verde aún espera pacientemente ver cumplida la promesa de los ciudadanos.
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