4 de diciembre de 2013

Media Hora

7:30. Llueve. Un furioso ejército de gotas encuentra la muerte en manos de su enemigo, el cristal. Me pregunto qué sentirán al morir así, desintegradas, unas sobre otras. Son como sangre transparente, límpida, impoluta.  Resbalan. Caen. Mueren.  

La gente, temerosa de la lluvia, corre a resguardarse. Una valiente anciana, camina lentamente por la plaza. Cree conjurar la furia de aquella tempestad con su paraguas. Ridículo artificio es el paraguas. La lluvia ahoga los sonidos. Los digiere y devuelve deformados. La escucho lamentar sus múltiples bajas. ¿Qué voy a hacer con mi vida?, me pregunto entonces, como si aún fuera una adolescente. Nada. Nada porque llueve. Nada mientras llueve (creo que así se llama una novela de Soto Aparicio, “Mientras llueve”).

Las ventanas de los apartamentos deshonrosamente diminutos semejan fauces muertas. Algunos ostentan una débil luz. Otros continúan agazapados en la penumbra. ¡Corran, corran porque se mojan, huyan de la lluvia! ¿Qué voy a hacer con mi vida, Dios mío? Pensar. Escribir. Trabajar.  Amar. Pienso en él. Él, sus manos. Él, sus labios. Él, su lengua. La depresión de su espalda es una duna suave y uniforme donde me deslizaría feliz. ¡Corran, la tempestad arrecia! Olvidé ponerle agua frescas a mis periquillos. 

Las aves, hermosas aves, frágiles, delicadas y sutiles. ¿Quién sentiría temor de ellas? Un día, abrí la puerta de su jaula y los insté a salir pero no lo comprendieron. Bueno, al menos el encierro no afecta en nada su envidiable vida sexual.  ¿Qué voy a hacer con mi vida? Si me dan una vida debería saber qué hacer con ella. Alguien, en algún negocio, acaba de hacer algo horroroso: le ha subido el volumen a una especie de pseudo música. Una espantosa letra me hace pensar que defecar es un acto más sublime que el mismo acto sexual que allí se describe. Eso es jurisprudencia del Senador Gerlein: excremental, sucio. (Si hace clic sobre la palabra gerlein, sabrá de quién diablos le estoy hablando)

¿En qué iba? Ah, sí. Ya lo recuerdo. Las aves, curiosos animalillos. Un pajarraco asiste todos los días a un duelo consigo mismo ante el vidrio espejo de un tercer piso en una de las casas de mi barrio. Pelea cual gallo fino pero el otro le devuelve los mismos embates, las mismas pintas, los mismos picotazos. Tal vez algún día se canse y declare un empate.

8:00 en punto. ¡Cuántas cosas han pasado en media hora!

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