4 de diciembre de 2013

A SALVO

Por Mary Zamora

Texto Seleccionado por la Revista Literaria Túnel de Letras  para formar parte de su Segunda Edición.

Cada vez que alguien le preguntaba con fingido interés por qué era así, no tenía más remedio que contestar con fingida cordialidad que no lo sabía.
El señor Big era un hombre grande, colosal, pero estaba asustado. Diríase que algo así es imposible, que un hombre como él puede infundir temor, pero nunca sentirlo. Ése no era su caso. Él sentía temor. Todas esas pequeñas personas a su alrededor, como diminutas ratas sonrientes ante un pedazo de queso le causaban horror. Creía que en cualquier momento saltarían sobre él para engullirlo y que su fuerza, tan descomunal como él mismo de nada serviría ante tal embestida.
Por otra parte, el señor Big era demasiado noble. Sabía que no le haría daño a ninguno de sus potenciales agresores. Alma de ángel en cuerpo de gladiador. Tal era la ironía de su vida.
Al principio buscó la manera de permanecer oculto. Pero pronto descubrió que no hay nada más difícil que ocultar a un gran hombre.
Luego, pensó que lo mejor sería trabajar como muchos otros de su “especie” en algún circo. Esto le trajo una suerte de felicidad momentánea; conoció a otras personas a quienes el destino, el azar, o tal vez el capricho de algún Dios ebrio, engalanó con cualidades poco comunes.
Durante algún tiempo estuvo así, hasta que una tarde de sábado, no pudiendo soportar más el morbo en la mirada de los adultos y la irritante curiosidad en los ojos de los niños, en plena función irrumpió en un llanto tan colosal, en unos lamentos tan fuertes sazonados con suspiros de cíclope, que estuvo a punto de echar la carpa abajo. De más está decir que fue despedido.
Y ahí estaba de nuevo, sin saber qué hacer, el alma golpeada, el orgullo herido (porque “nosotros” también tenemos alma y orgullo, - se decía-).
Se encontraba en medio de estas cavilaciones, experimentando otra vez el estremecimiento de sentirse observado, escrutado, desnudado por miles de ojos ávidos de novedad, cuando su vista se posó en un aviso: “Museo Extraordinario”.
No sin dificultad, pudo ingresar. Jugó a ser un visitante más y procuró comportarse como tal. Haciendo acopio de toda su naturalidad, ignoró las miradas, no escuchó (o no quiso escuchar) los murmullos a su alrededor, no se percató de que todas las piezas extraordinarias que exhibía el museo eran, por decirlo de alguna manera, opacadas por él mismo. Prestó atención al guía y hasta se atrevió a hacer preguntas sobre tal o cual obra.
Por alguna razón, el señor Big se sentía a salvo en ese lugar. Se le ocurrió que podría ser una pieza de museo; que los visitantes le observarían con respeto, casi con veneración. Entonces, usando una excusa superflua, pidió ser llevado ante al administrador del lugar. Haciendo gala de sus mejores dotes de vendedor, le expuso su idea. El administrador estaba encantado pero no se lo dejó saber de inmediato a nuestro hombre. Esgrimió algunos argumentos insulsos que el otro escuchó y rebatió pacientemente.
Lo demás fue sencillo. El administrador se encargaría de inventar una historia creíble; pensaba en anunciar la nueva adquisición como una estatua de cera de tamaño natural fabricada por un reconocido artista plástico exclusivamente para su Museo, de un hombre legendario que habría habitado algún país europeo a principios de siglo.
Por su parte, el señor Big se mudaría al Museo y aprendería el arte de permanecer perfectamente quieto y rígido durante horas, lo cual no le fue difícil: su fuerza de voluntad era directamente proporcional a su tamaño.

No está de más decir que dicho museo adquirió fama mundial, máxime cuando comenzaron a circular rumores de que el gran hombre de cera había sido observado por muchos visitantes del lugar días antes de que apareciera exhibido como una pieza. 
A SALVO - (c) - MARISELLA ZAMORA

No hay comentarios:

Publicar un comentario