Por Mary Zamora
Texto Seleccionado por la Revista Literaria Túnel de Letras para formar parte de su Segunda Edición.
Cada vez que alguien le preguntaba con fingido interés por qué era así, no tenía más remedio que contestar con fingida cordialidad que no lo sabía.
Texto Seleccionado por la Revista Literaria Túnel de Letras para formar parte de su Segunda Edición.
Cada vez que alguien le preguntaba con fingido interés por qué era así, no tenía más remedio que contestar con fingida cordialidad que no lo sabía.
El
señor Big era un hombre grande, colosal, pero estaba asustado. Diríase que algo
así es imposible, que un hombre como él puede infundir temor, pero nunca
sentirlo. Ése no era su caso. Él sentía temor. Todas esas pequeñas personas a
su alrededor, como diminutas ratas sonrientes ante un pedazo de queso le
causaban horror. Creía que en cualquier momento saltarían sobre él para
engullirlo y que su fuerza, tan descomunal como él mismo de nada serviría ante
tal embestida.
Por
otra parte, el señor Big era demasiado noble. Sabía que no le haría daño a
ninguno de sus potenciales agresores. Alma de ángel en cuerpo de gladiador. Tal
era la ironía de su vida.
Al
principio buscó la manera de permanecer oculto. Pero pronto descubrió que no
hay nada más difícil que ocultar a un gran hombre.
Luego,
pensó que lo mejor sería trabajar como muchos otros de su “especie” en algún
circo. Esto le trajo una suerte de felicidad momentánea; conoció a otras
personas a quienes el destino, el azar, o tal vez el capricho de algún Dios
ebrio, engalanó con cualidades poco comunes.
Durante
algún tiempo estuvo así, hasta que una tarde de sábado, no pudiendo soportar
más el morbo en la mirada de los adultos y la irritante curiosidad en los ojos
de los niños, en plena función irrumpió en un llanto tan colosal, en unos
lamentos tan fuertes sazonados con suspiros de cíclope, que estuvo a punto de
echar la carpa abajo. De más está decir que fue despedido.
Y
ahí estaba de nuevo, sin saber qué hacer, el alma golpeada, el orgullo herido
(porque “nosotros” también tenemos alma y orgullo, - se decía-).
Se
encontraba en medio de estas cavilaciones, experimentando otra vez el
estremecimiento de sentirse observado, escrutado, desnudado por miles de ojos
ávidos de novedad, cuando su vista se posó en un aviso: “Museo Extraordinario”.
No
sin dificultad, pudo ingresar. Jugó a ser un visitante más y procuró
comportarse como tal. Haciendo acopio de toda su naturalidad, ignoró las
miradas, no escuchó (o no quiso escuchar) los murmullos a su alrededor, no se percató
de que todas las piezas extraordinarias que exhibía el museo eran, por decirlo
de alguna manera, opacadas por él mismo. Prestó atención al guía y hasta se
atrevió a hacer preguntas sobre tal o cual obra.
Por
alguna razón, el señor Big se sentía a salvo en ese lugar. Se le ocurrió que
podría ser una pieza de museo; que los visitantes le observarían con respeto,
casi con veneración. Entonces, usando una excusa superflua, pidió ser llevado
ante al administrador del lugar. Haciendo gala de sus mejores dotes de
vendedor, le expuso su idea. El administrador estaba encantado pero no se lo
dejó saber de inmediato a nuestro hombre. Esgrimió algunos argumentos insulsos
que el otro escuchó y rebatió pacientemente.
Lo
demás fue sencillo. El administrador se encargaría de inventar una historia
creíble; pensaba en anunciar la nueva adquisición como una estatua de cera de
tamaño natural fabricada por un reconocido artista plástico exclusivamente para
su Museo, de un hombre legendario que habría habitado algún país europeo a
principios de siglo.
Por
su parte, el señor Big se mudaría al Museo y aprendería el arte de permanecer
perfectamente quieto y rígido durante horas, lo cual no le fue difícil: su
fuerza de voluntad era directamente proporcional a su tamaño.
No
está de más decir que dicho museo adquirió fama mundial, máxime cuando
comenzaron a circular rumores de que el gran hombre de cera había sido
observado por muchos visitantes del lugar días antes de que apareciera exhibido
como una pieza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario