24 de noviembre de 2013

Proteico

Por Soledad Cadena

Un cuerpo inerte colgado de un gancho. Varios cuerpos inertes colgados en ganchos. Cuerpos de ave, res o cerdo.  Vísceras tomando el sol en las más absurdas posiciones. Pezuñas. Cabezas. Cadáveres cuyas inminentes sepulturas tienen forma de estómago. Expelen un olor que indica que algo está mal. Un olor ignorado. Los veo mientras el colectivo en el que voy camino a casa se detiene ante el cambio de semáforo. Los observo el tiempo suficiente como para verme allí, desnuda, despellejada, colgada por mis extremidades inferiores o por mi abdomen. Una larga cuchillada hizo una zanja en mi cuerpo rosa pálido. Llega un comprador y se antoja de un trozo de mis piernas. Otro quiere mis muslos. Otro más escabroso prefiere las vísceras. Me tazan, me pesan, me venden por libras. Como para defenderme, intento explicar que sólo soy un cuerpo muerto que pronto se pudrirá y lo que es  peor, dentro de ellos. Pero no me escuchan. El semáforo cambia. El colectivo arranca. Toco aliviada mis suaves piernas intactas mientras pienso en todos esos otros animales que no pudieron escapar a su destino cuando iban camino al matadero dentro de un camión. Pienso en su angustia, en su desespero, en su hora fatídica. ¿Cómo serán “sacrificados”? ¿Qué significa eso?  ¿Quién necesita el sacrificio de su carne?

Pero mi disertación moral dura apenas lo que tarde en freírse un trozo, la proteína que ingeriré con mi almuerzo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario