8 de noviembre de 2015

Postales de medio día ( o las "Cunitas del Volcán")


Por Mary Zamora

Aquí, el viento temeroso del sol, que se escabulle por entre las calles angostas. Ahora todos somos otros; ciudadanos hechos de recelo y de sospecha, aprisionando contra sí las escuálidas pertenencias. Allá, los sonsos edificios coronados de excrementos y aleteos. Acá, un muerto de otra época observa desde su ventana perfecta y  ridículamente bella. Ahora, los achaques infundados de una buena señora que pregunta por el Cardenal Salázar. Más allá, un mar de palomas que no podrá corretear don Rufino, instalado estoicamente en su pedestal.


Aquí, las baratijas en el suelo, la felicidad momentánea made in China y una palma de cera que se escapó del Quindío y se mudó a vivir a un patio cualquiera.

Allá, la ebullición del comercio convincente, la blusa, la película, el video, la música, qué busca, qué no busca, qué quiere, qué necesita, el trago, el sexo fácil, costoso y fácil, barato y fácil, el gamín, el loco, el indigente, el habitante de calle, de avenida o transversal, el emberá multicolor y el afro, la dama que muestra, la que esconde o insinúa, el hombre que mira, desnuda o disimula, la pareja del beso y la del grito, la revolución ingenua del reloj solitario que se niega a medir el tiempo, los transeúntes en medio de un cerco de maldiciones petrificadas, las sonrisas de encías despobladas y la calle de las Cunitas del Volcán, así, tan irrisoria y extraña.....



.....la mancha del día se evapora sigilosamente. La brutal sacudida del frío y la ciudad cubierta de telarañas azules. Una mujer rodeada de gente que habla y gesticula en medio de una profusión de luces juguetonas. Una mujer que tiembla al contacto de su voz desconocida y sus manos de premura perfecta, al contacto de sus palabras no dichas, subyugada por la cortesía de su engaño. Una muchedumbre de alegría dispersa, vidente en las tinieblas. Una muchedumbre indefensa en la hora de los lobos.

6 de septiembre de 2015

Breve canción de cuna para una montaña


Por Mary Zamora
......la melodía se arrastra perezosa y lejana y suguiere a mi mente una campiña: ejércitos de árboles cuyos brazos no alcanzan el cielo pálido, en tanto que la brisa de la tarde juguetea con los rayos del sol por entre las ramas temblorosas.
A lo lejos, la vetusta cabaña huele a frescura, a limpieza, a pulcritud campestre.....
La niña de las trenzas perfectas y las manos frágiles, corre en pos de alguna mariposa, o de algún arcoíris, o de alguna nube, mientras la avejentada y solícita madre de años indescifrables y callosos quema sus penurias en el fogón....
Afuera todo es bello.Tanto, que hiere los ojos de un observador acostumbrado solo al frío.

5 de septiembre de 2015

EL NAUFRAGIO

Por Mary Zamora 

Parecería fácil, pero definir el vocablo “información” es una tarea compleja. En el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua aparecen no menos de ocho acepciones de las cuales la siguiente es la que considero más acorde a mi propósito: “5. f. Comunicación o adquisición de conocimientos que permiten ampliar o precisar los que se poseen sobre una materia determinada.” 
Sin embargo, información no es comunicación: la comunicación es el acto mediante el cual transmitimos información, es el vehículo del que nos valemos para informar a los demás e informarnos. Pero antes de continuar, tendríamos que definir qué es informar. En mi modesta concepción, informar no es otra cosa que dar forma a la mente mediante la recepción, asimilación, comprensión y aplicación de conocimientos y la manera en que dichos conocimientos se transmiten y originan en los seres humanos el pensamiento racional. En ese orden de ideas podríamos afirmar que el fin de la información es aumentar el conocimiento. 
Sin embargo, asistimos a una época en la que, paradójicamente, a pesar de tener un acceso prácticamente libre a la información, seguimos rodeados de tinieblas y oscurantismo, originados por la avalancha incontenible de datos fatuos, superfluos, efímeros y vacíos que en poco o nada contribuyen al logro de dicho fin. 
Y es aquí donde cobra especial relevancia la famosa frase del periodista, escritor, poeta e historiador Ryszard Kapuscinsky que reza “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Nada más doloroso y cierto. Se creería que la información es un bien de acceso público, pero todavía subsisten en el mundo muchos regímenes autoritarios y dictatoriales que utilizan la información como un arma de poder político y se esfuerzan no por aumentar el conocimiento en sus gobernados, sino por anularlos como individuos creando, en algunos cados, más seres conectados, pero ignorantes. 
Ahora bien, en sociedades como la nuestra, aparentemente democráticas y libres, vemos a diario la descarada manipulación de la información por parte de los medios que se venden al mejor postor sacrificando su imparcialidad e independencia informativa. La labor de divulgación de la información se ha convertido en un proceso automatizado, mecánico y de simple repetición, donde priman las opiniones personales descontextualizadas y parcializadas, disfrazadas de verdad absoluta. Pero, ¿para qué la información? Para pertenecer, para ser, para tener un lugar, para establecer relaciones con nuestros semejantes, para formarnos un juicio propio, en definitiva, para plasmar la huella de nuestro paso por la historia. 
Y es que precisamente toda la historia es un hecho informativo. Desde las pinturas rupestres más antiguas en Málaga (España), hasta los objetos elaborados en arcilla por los romanos, pasando por los legendarios papiros egipcios y el papel de arroz, sustrato utilizado por los chinos en el siglo XI, sin dejar de lado los monasterios medievales que almacenaban y monopolizaban bajo sus inaccesibles muros toda el conocimiento de la época mediante la escritura manual, la humanidad completa y sus procesos formativos, sean éstos complejos o sencillos, han adoptado la información como un hecho inherente a su naturaleza. 
Siguiendo el hilo de la historia nos situamos ahora en el año de 1440, en el que el orfebre y litógrafo alemán Johann Gutenberg revoluciona la forma de transmitir información con la invención de la imprenta, hecho que permitió la impresión de los primeros periódicos y la fabricación de libros en cadena. Más adelante, en 1926 con la aparición de la televisión y posteriormente, en 1943, con la radio, la información se masifica y con ello, el acceso al conocimiento. Pero quizá nada de esto habría sido posible de no ser porque en la Gracia del siglo VIII a.C. y gracias al comercio creciente, los griegos se dieron a la tarea de adaptar a sus propias necesidades de comunicación el alfabeto fenicio, codificando la información. 
Pero mucha agua ha corrido bajo el puente desde la aparición de la imprenta, la televisión y la radio. A finales de la década de los 60’s y principios de los 70’s comenzó a gestarse bajo el ropaje de un experimento militar estadounidense, lo que conocemos hoy como Internet y aunque para muchos los orígenes de tan trascendental avance aún estén en discusión, claramente ha cambiado de manera sustancial nuestras vidas. 
Hace algunos años la revista Science publicó un especial sobre la inundación de datos e información que afirma que “existen 315 veces más información que granos de arena en el mundo”, refiriéndose a la información en soportes tecnológicos que se ha venido incrementando de forma exponencial a partir del año 2000, fecha en que se estima, comenzó la era digital. Esta afirmación no es descabellada: basta con navegar un par de segundos en la red para sentirnos abrumados por la cantidad infinita de posibilidades, links, hipervínculos, ventanas emergentes, publicidad, invitaciones e incluso, falsos premios en los que siempre, independientemente de la hora o el día, eres el usuario número 1.000.000.000 (un millón). A propósito de Internet, el ingeniero, consultor y desarrollador web danés Jacob Nielsen, conocido como “el padre de la usabilidad”, afirma que “Internet es una economía basada en la atención donde la moneda de cambio es el tiempo del usuario”. Aquí debemos hacer un paréntesis y definir la “usabilidad” en palabras de otro desarrollador web, el señor Yusef Hassan como “la disciplina que estudia la forma de diseñar Sitios Web para que los usuarios puedan interactuar con ellos de la forma más fácil, cómoda e intuitiva posible". 
Teniendo en cuenta lo anterior podríamos señalar que hoy por hoy internet no es solamente un servicio y un bien de acceso público sino que se ha convertido en una necesidad, en un elemento básico de la canasta familiar, en un insumo del que puede hacerse buen o mal uso, o, como dirían lo mayores, en un mal necesario. De otro lado, el polémico programador y ciberactivista australiano, Julian Assange afirma a su vez que “Internet es una gigantesca máquina de espionaje al servicio del poder. Debemos luchar contra esta tendencia y convertirla en un motor de transparencia para el público, no solo para los poderosos” y aunque puede sonar paranóico, hace muy poco supimos que el mismo presidente de los Estados Unidos defendía las bondades, la legalidad y eficacia del espionaje en internet. Incluso, la propia presidenta de Brasil fue blanco del espionaje de su correo electrónico por parte del gobierno estadounidense. 
Cada vez que accedemos a internet nos sumergimos en un mar de datos, muchos de ellos insulsos o fraudulentos, tanto así que ya pronto estaremos hablando no de navegar en internet sino más bien de naufragar. Dicho de otra manera, la información nos pasa por encima como una gran mole sin darnos oportunidad de examinar concienzudamente la veracidad de su contenido. 
Actualmente, la velocidad con se transmite la “información” nos arrastra en el torbellino del like y el retweet con la aparición, hacia mediados de 1990, de las redes sociales. Y es aquí donde el comportamiento del ser humano adquiere matices de verdadera egolatría alimentado por una necesidad insaciable de notoriedad, de aceptación, de figuración. Y en ese sentido cabe preguntarnos, ¿cómo contribuye a la información, es decir, a la formación de nuevos conocimientos, la selfie ridícula en cuyo fondo apreciamos la cenefa del cuarto de baño que exhibe a una mujer x de mirada incitadora, labio hinchado y pecho sospechosamente henchido? Nada más frondio. 
Pero entonces, ¿qué hacemos con tanta información?, ¿cómo nos sustraemos a su aletazo, a su sacudida?,¿Es posible mantenerse al margen? Evidentemente no. Lo único que nos queda es ser cautos. En el supuesto de que pudiéramos catalogar y organizar de manera coherente y lógica toda la información circulante, seguramente nos encontraríamos con que de los millones y millones de archivos con el mismo nombre o características, miles y miles son simples carpetas marcadas, pero vacías y quizá entonces tengamos que volver a levantar nuestros ojos para posarlos sobre aquellas cosas que en apariencia no dicen nada, como por ejemplo, un árbol absurdamente plantado en medio del separador de una gran avenida, un árbol que jamás será abrazado por cuenta del hollín que cubre su cuerpo y que nos informa, entre otras cosas, sobre la polución de la ciudad.

8 de junio de 2015

MI CIUDAD AJENA

Por Mary Zamora

Duele aceptarlo, pero una de las condiciones inapelables para mejorar mi calidad de vida es marcharme a vivir a otro lugar. Me siento víctima de un desplazamiento silencioso pero constante. Y no hablo del desplazamiento originado por la violencia en los campos que obliga a sus pobladores a emprender la huida hacia los cascos urbanos en aras de preservar al menos su integridad física, no, no sufro ese doloroso desplazamiento, ese triste desarraigo, 
Hablo del desplazamiento del que somos víctimas los bogotanos de origen que cada vez contamos con menos espacios de identidad propios, de unidad como ciudad, ocasionado por la mezcla irrefrenable, por la avalancha invasiva de culturas que si bien enriquecen y alimentan, en un momento dado también anulan e invisibilizan  al bogotano nacido aquí, haciendo que cada vez parezcamos más un espécimen en vías de extinción. 

Pero, ¿a qué se debe todo ello? Evidentemente a la centralización del poder económico y político que se concentra en Bogotá y que no ha permitido que las demás urbes ofrezcan oportunidades de empleabilidad y progreso como las que, tal vez en apariencia, ofrece la capital. Si ese modelo cambiara, muchos de los problemas que hoy sufre la ciudad desaparecería.Si se les diera más autonomía a las regiones, si algunos de los hilos del manejo del país procedieran de otras madejas y no solo de las fastuosas oficinas citadinas, las oportunidades se repartirían de manera más equitativa por todo el territorio nacional. 

Y es que en esta ciudad que los recibe a todos con su bocanada de frío, esta ciudad de todos y de ninguno, es pan de cada día escuchar las quejas, reproches, reclamos y críticas de aquellos que sienten defraudado su sueño de hallar aquí mejores condiciones de vida: que si el clima, que si lo trancones, que si la inseguridad, que si los huecos, que si el Alcalde, en fin, podría deducirse entonces que nada de Bogotá les gusta, que todo les resulta malo y reprochable. 

La pregunta es, ¿por qué no se van? ¿Por qué no han regresado a sus terruños, a sus pueblos, a sus ciudades de origen? ¿Por qué si todo les choca, si odian al Alcalde, si el clima les aflige tanto, no se devuelven a sus tierras? ¿Por qué siguen aquí todos aquellos que no experimentan ningún sentido de pertenencia por este lugar y por ende no tienen inconveniente en botar sus basuras en cualquier calle, en irrespetar todas las filas, colarse en Transmilenio, ensuciar todas las paredes con sus proyectos de graffiti frustrado, acabar a pedradas las fachadas de las casas o las estaciones del sistema cada vez que su equipo de fútbol no gana, por qué siguen aquí todos aquellos, siendo bogotanos o no, que educan a sus hijos con el estúpido ejemplo de "el vivo vive del bobo", todos esos cansados de nacimiento que no ceden la silla, todos esos adeptos del "meimportaunculismo" , todos esos que creen que sus mascotas defecan florecitas y por ello no las recogen? Me pregunto porqué no se irán y nos dejan aquí a quienes realmente amamos a esta ciudad hermosamente fría y gris, bogotanos o no, para reconstruirla palmo a palmo, calle a calle, barrio a barrio, vida a vida. 

Quizá no se van porque ya echaron raíces, esas raíces que crecen hacia arriba en un mínimo apartamento de interés social;quizá no se van porque tienen un empleo o porque en el rebusque les va bien; quizá no se van porque en últimas y a pesar de todas sus quejas hallaron aquí lo que no supieron construir allá,; quizá no se van porque ya se sienten bogotanos; quizá no se vayan nunca y quizá por el contrario llegarán muchos más. Usarán y abusarán de esta mísera ciudad desmigajada y al igual que los otros, también se quedarán y entonces quizá más bogotanos como tú o como yo tendremos que partir para ceder a otros el orgullo de decir "soy bogotano".

Quizás. 


2 de abril de 2015

DERROTERO



Por Mary Zamora


Réquiem por un dolor ajeno que es tan mío
vino la tempestad, no así la calma 
es hora de partir, emancipada 
y vestida de cenizas bajo el agua. 

Ya no me aguarda más aquel navío. 
En sus velas ondea mi esperanza; 
el caudal de mi sed para su río imposible
que surcó sin querer estas montañas

abrazos que no espantan las quimeras
palabras que propician nuevas lágrimas, 
el golpe de la sangre lacerando las sienes, 
el alma como líquido que abrasa, 

los parpados son muros incipientes, 
las manos tan grotescas como gárgolas,
este dolor absurdo que ha parido un poema, 
este avanzar así, desorientada, 

este gesto que imita una sonrisa, 
este rostro y su impronta de desgracia,
hacer uso de un falso pragmatismo 
convertirlo en bastón (pero no basta)

porque he marchado ya, emancipada 
y vestida de cenizas, bajo el agua. 






2 de marzo de 2015

Posibles Incoherencias

Por Mary Zamora

Un árbol a crecido en mi garganta y sus ramas pugnan por salir; en los párpados pesados de hojas vinieron a anidar algunas aves y en el pecho, invadido de raíces, palpitan gusanos y larvas...


He cubierto mis oídos:no quiero que la savia se precipite.El ridículo artilugio reproduce una música discreta y lejana.Lontana, anche vicina per me. 

La vida sin problemas no es otra cosa que la muerte. Mi estómago,repleto de maripositas podridas, tontas y cretinas, se siente sin embargo vacío. He intentado llenarlo con alimentos, pero sospecho que hay algo roto, alguna fuga, porque todos han ido a parar a la cintura. 

Espejito, espejito en la pared, recordándome todos los días que el maquillaje no reemplaza la ladina juventud que ya se fue...y la gente invitándote a sonreírle a la vida mientras ella te muestra una mueca desdentada. ¡Por favor! 

El olor dulzón del tinto hervido y vuelto a hervir en la greca me recuerda que hace frío y quero irme, pero hoy tengo manos y pies de torpe palmípedo...¿Los amigos? Ah, sí, los amigos, claro, la sociedad, los buenos samaritanos que regalan un pan, a la par que arrojan una piedra. Sí, creo que debo recurrir a ellos, contestar sus preguntas nacidas del morbo y decirles lo que quieren oir. 

¿A alguien se le perdió este "tiempo" que me acabo de encontar? Para qué vivir tantos años si se ha de hacer tan poco con ellos. La gente deambula inocente por la calle sin saber a dónde diablos se fue su tiempo: días de más son días de menos. 

Ojalá mañana amanezca siendo un perro. Lameré mis testículos, haré un par de señas inteligentes para orgullo de mis amos, sacudiré mi exceso de pelos y aguardaré por mi merienda. Sí. 

Por la ventana se acerca una nube y su amenaza de algodón. ¿Para dónde se fue la inocencia de los niños? Sus miradas son de pequeños malhechores, de astutos maleantes. Claro, aquí los padres protestarán, mientras un árbol ha crecido en mi garganta,mientras cada palabra desdeñosa que sale de tu boca, uomo non piú mio, es un hachazo devastador para esta voluntad mermada. 

Y Dios sordo. Y Dios ciego. Y Dios divirtiéndose un poco mientras un árbol ha crecido en mi garganta y se deshoja de a poco, y se quema, y se pudre, y se inclina temeroso, y pesa, y cansa...¿Alguien ha visto a Dios? ¿Alguien podría darle un recado de mi parte?


N A D I E  


18 de enero de 2015

EL BANQUETE

Por Mary Zamora

La noche del desastre, el señor Strauss se sentía indispuesto. Difícilmente pudo llegar al pequeño espacio que aún quedaba libre en el baño donde un espejo amarillento le proyectó la imagen de alguien en extremo pálido y delgado, con la piel manchada y poblada de caminitos prematuros.  

Era viudo desde hacía más de diez años y a raíz de aquella pérdida, su único hijo se había radicado en el exterior, no sin antes suplicarle que se marchara con él, a lo que el obstinado señor se había negado de forma contundente. El abatido joven no tuvo otra alternativa que dejarlo allí  y  depositar religiosamente el dinero para sus gastos mensuales. 

Desde entonces, y como sucedáneo inconsciente de la felicidad perdida, el señor Strauss había comenzado a traer a su casa artículos que encontraba por la calle y que habían sido catalogados por sus antiguos dueños como inservibles. 
Inicialmente, trajo un antiguo sillón con la convicción de que era posible repararlo. Luego fueron llegando otras sillas y sillones con la tapicería hecha trizas, porcelanas y jarrones rotos, muñecas descabezadas y toda suerte de juguetes inútiles, todo ello considerado por él como “recuperable”. De más  está decir que nunca refaccionó nada. 
En seguida llegó el turno a los periódicos, revistas y cajas de cartón. Por esos días, las campañas en pro del reciclaje abundaban en los medios, así que el señor Strauss sintió que estaba contribuyendo a salvar el planeta peligrosamente amenazado. Obviamente no se le escaparon los recipientes y empaques plásticos.  

Durante los primeros años de su aventura ecológica, el señor Strauss mantuvo de alguna manera el control de la situación, pero con el tiempo, la obsesión por almacenar más y más cosas se convirtió en un problema para los vecinos. Por fuera, su casa parecía una más, pero  al no tener la precaución de limpiar ciertos recipientes, los roedores y moscas merodeaban a su antojo el vecindario. Esta situación le valió no pocos enfrentamientos  que incluso lo llevaron ante las autoridades. No obstante, logró salir siempre bien librado, argumentando que dentro de los límites de su casa podía hacer lo que mejor le viniera. 

Los años transcurrieron en ese estado de tensión. El señor Strauss iba una vez al mes a retirar su dinero y comprar víveres, sin darse cuenta que compraba mucho más de lo que consumía. A estas alturas la casa había sido ocupada por completo por una absurda profusión de artículos de toda índole, haciendo casi imposible el acceso a espacios vitales como el baño o la cocina.  
Sin embargo, él parecía no caer en cuenta de la grave situación. Todo, absolutamente todo había sido literalmente invadido por montañas y montañas de basura o, como él prefería llamarlo, sus recuperaciones. Apenas si quedaban algunas pequeñas cavidades a manera de ventanas para deslizarse de una estancia a otra. El antiguo sillón, primer testigo de la debacle, servía a su vez de cama, sala y comedor y como la ducha había sido ocupada por columnas de diarios viejos, el señor Strauss había olvidado la costumbre del agua y el jabón. 

Esa noche, cuando pudo regresar por fin a la somera comodidad del sillón, luego de haber sorteado toda clase de obstáculos para servirse un poco de leche y de haber ahuyentado las ratas que convivían con él a sus anchas, sintió como si la casa hubiese sido arrancada de sus cimientos por una fuerza inconcebible: una brecha de casi un metro de ancho por cinco de profundidad dividió lo que antes fueron las áreas comunes, de las habitaciones. Hipnotizado, entreveía a través de la polvareda el correr de las ratas desorientadas que chocaban entre sí. Un segundo estruendo lo sumió en una oscuridad compacta. Desde fuera llegaban voces plañideras mezcladas con llanto de infantes y aullidos caninos. Se sintió mareado. Se aferró fuertemente al sillón tratando de sobreponerse al aturdimiento. Entonces permaneció allí, estremecido de frío e impotencia. 

Pero si la noche había sido trágica, la mañana que no esconde nada dejo ver el desastre en toda su magnitud. El señor Strauss lanzó un grito de angustia al ver que parte de su casa había desaparecido por entre la grieta que creció asombrosamente al amparo de la oscuridad. Se incorporó como pudo y se dirigió a la calle abarrotada de escombros. 
Para qué describir un paisaje tan escabroso. Basta con decir que el terremoto había arrasado la población a la que el sueño había hecho aún más vulnerable, y que los pocos sobrevivientes volcaban ahora toda sus esperanzas en los rescatistas y sabuesos. 

Pese a la desgracia, el señor Strauss ostentaba una felicidad insultante para quienes lo vieron escavar con uñas y dientes aquí y allá con tanta  insistencia y tenacidad. Lo vieron apartar, sin ningún asomo de vergüenza o respeto, extremidades humanas que se interponían entre él y algún objeto material de su agrado. Lo vieron llevar hasta su casa derruida, que irónicamente resultó menos afectada que las demás, muchas de las pertenencias de los difuntos. Lo oyeron decir, ya en el colmo del paroxismo, que aquello era un verdadero banquete. 

                                              *****************************************            
                

Días después, el hijo del señor Strauss llegó al lugar casi desierto y se encontró con dos versiones sobre la muerte de su padre: una, que había fallecido sepultado por la basura acumulada en su casa y otra, que había salido ileso del terremoto, más no así del linchamiento.  

EL BANQUETE - (c) - MARISELLA ZAMORA

2 de enero de 2015

GRIS


Por Mary Zamora

Texto publicado en la Cuarta Edición de la Revista Túnel de Letras

Soy Bruno, a secas. Desconozco mi edad o fecha de nacimiento. Sé mi nombre porque he oído a otros pronunciarlo. Desde que tengo memoria soy  un poco ciego y sordo incapaz de comunicarme como no sea levantado una de mis cejas, lo cual, lejos de ser un gesto suplicante, más parece displicente. Tal vez por eso la gente huye de míEsta apariencia desgarbada, el olor a humedad antigua y la constante rasquiña en el cuerpo, les debe parecer repulsiva.  
Muchos se preguntaran al pasar por la esquina que habito porqué sigo aquí en medio de los escombros, aún después del accidente que consumió la casa  y con ella, sus años incalculables. ¿Saben? No fue accidental. Lo de la veladora alumbrando la paz inalterada del santo de yeso que cayó de la cómoda luego de ser embestida por el vendaval y que se tiene por versión oficial de los hechos, no es cierto. Pero eso a nadie le importa. Que toda una familia mísera de un barrio mísero muera a causa del humo o de las heridas provocadas por el fuego o bajo el peso recalcitrante de montones de escombros, a nadie le importa ya.  
Recuerdo que esa noche arrastré a Marcos y sus ocho años de peso escalera abajo, mientras mis pulmones se llenaban de humo, pero no despertaba. Lo dejé en mitad de la calle y regresé por Susana. Parecía una escultura al terror. La empujé, la zarandeé, le indiqué una posible salida, me paré frente a ella con toda la rabia de que era capaz, pero en vano. No reaccionó ni siquiera ante la viga de madera chamuscada que le quebró las piernas con la facilidad con que se quiebra un cristal. Aún veo en mis noches sus ojos enrojecidos, clavados en un punto donde los límites que impone mi ceguera parcial no me había permitido llegar: el desvalijado camastro, más inerme aún bajo el peso del techo y el polvo, y coronado de telarañas antiquísimas, donde sus otras dos criaturas ya eran cadáveres en trance de sueño, ajenos a todo.    
A Rufino lo encontraron después residentes del lugar a quienes el humo dio aviso. Dicen que seguramente estaba ebrio o drogado, o ambas cosas. Dicen que seguro no sintió nada. Dicen que de haber estado en sus cabales habría salvado a la familia. Dicen que había discutido fuertemente con Susana y luego de eso le había prendido “candela al rancho”. Dicen que era un buen tipo. Otros, que era un malandrín de poca monta. Yo solo digo que fue quien me recogió de una calle más miserable que esta y la primera persona en llamarme por un nombre: Bruno.  
En cuanto a Princesa, estaba seguro que aún vivía, que solo estaba extraviada entre la multitud y la prisa. Entonces recorría las calles día tras día mirando fijamente todos los ojos, con la esperanza de encontrar por fin sus ojos grises, a sabiendas de la molestia que implicaba para los demás sentirse observados así, tan descaradamente.  
El día en que la traje conmigo, Rufino me miró con un gesto de pícara aprobación y dijo en voz alta: “, Bruno anda de amores. Donde come uno, comen dos: bienvenida, Princesa”. Y se quedó. Y conocí algo de lo que siempre había escuchado hablar en abstracto: felicidad. Felicidad materializada en largos paseos, uno junto al otro, sin hablar, ya sea porque conocía mis limitaciones o quizá porque ella misma era incapaz de hacerlo, pero siempre comunicados por medio de la mirada, del olor, de las huellas que iba dejando uno en pos del otro.  
¡Princesaaa! Traté de gritar aquella noche nefasta, mientras buscaba su rastro en los escombros. Inútiles pulmones. Inútil garganta que no produce voz, sino apenas aullidos deformes. No pude hallarla y desde entonces por más vueltas que dé, me es imposible dormir tranquilamente.  
La primera vez que la vi fue en la plaza de mercado. Buscaba, igual que yo, algo para comer. De un negocio cercano sacaron un par de frutas descompuestas, mezcladas con trozos de pan seco. Un verdadero botín que cedí para ella. El hambre me laceraba el estómago, pero verla saciar su apetito agradecida, calmó todas mis hambres anteriores y futuras.  
Es obvio por qué continuaba allí: la esperabaElla siempre tuvo más facilidad para ubicarse en la noche y evadir los peligros de la otra ciudadla que vigilia con codicia el paso del transeúnte desprevenido. Hace un par de noches, sin embargo, la inquietud me impulsó a salir a buscarla, así, casi a ciegas, mojado de sudor y lluvia.   
 Deambulé inciertamente durante horas. Cuando sentía desfallecer, me tendía en el andén más próximo. De vez en vez, me colaba en algún establecimiento buscando algo qué beber, algo qué comer. De vez en vez, alguien me miraba con recelo y dejaba para mí unas sobras en la calle. Recobraba fuerzas. Continuaba. Avanzaba. Me desplomaba. Hasta entonces, no había caído en cuenta de lo viejo que seguramente soy. Como decía Rufino: “ya no estoy para esos trotes” 
Un grupo de personas, de esas que reclaman para sí el dominio de una ciudad que en el día los excluye, se había agolpado en una vía cercana, tal vez por la novedad efímera de un accidente. Los vi alejarse con gesto frustrado. Nada de valor qué rescatar, pensé. 
Cuando todos se hubieron marchado quise acercarme, por curiosidad nada más. Entonces, vi un caminito rojo mezclado con agua de lluvia, que iba a perderse en la alcantarilla y  sentí un olor demasiado conocido para mí… y sentí náuseas y vi que la lluvia conmovida había lavado las heridas de ese pequeño cuerpo y hacía resplandecer su pelo, entre negro y canoY vi los ojos grises tanto tiempo buscados, perderse en un punto del firmamento. Y sentí algo de lo que siempre había escuchado hablar en abstracto: impotencia.  
“¡Princesaaa!,  ladré entonces a la luna, a la luna pálida” y escuché por fin mi voz esquiva estrellarse contra el viento para luego perderse en su vacío gris.  


GRIS - (c) - MARISELLA ZAMORA