29 de mayo de 2014

Cuatro décadas

Capítulo IV. Dios existe

(Ver capítulos anteriores: I,II,III)

Si hay una forma expedita de conocer a Dios es necesitándolo verdaderamente. A los pocos días, don Pablo enfermó de gravedad. Tenía una infección en un pulmón o algo parecido. (“Ten cuidado con lo que deseas, puede que se te cumpla”). Lo sacaron de la casa, envuelto en una cobija vieja, famélico, los puros huesos, tal como tiempo atrás había llegado Joe. 
Cuando doña Rosa regresó del hospital por algo de ropa para él y algo de descanso para ella, dijo que los médicos aseguraban que estaba muy, muy grave.

En consecuencia, a sus 16 años, Sol aprendió que Dios existe, que escucha súplicas y que hace milagros. Encerrada en la pieza que siempre ocupó su padrastro, lloró y oró de rodillas, suplicó, prometió, juró, se confesó, se arrepintió, maduró todo lo que tenía que madurar, conoció el perdón en su estado más puro, perdonó a su padrastro y se perdonó también, reconoció que a pesar de todo, a pesar de que le echara en cara hasta lo que nunca le había dado, siempre le estaría agradecida. “Dios mío, no me importa que siga siendo igual, que nos insulte y nos pegue, pero por favor, Señor, que no se muera”.

Cuando don Pablo regresó del hospital, Sol cumplió con todo y más de lo que había prometido la dolorosa noche de las súplicas: se endilgó la obligación que la mujer y los hijos propios rechazaban tajantemente: cuidarlo. ¡Había que ver la dedicación y paciencia con que lo ayudaba a llegar al inodoro, con que lo bañaba, lo secaba, lo vestía y acomodaba en la cama, le daba el alimento y la medicina! Era como ocuparse de un bebé de más de 40 años.

Don Pablo tiene hoy 60. Cuando Sol visita a su madre en la antigua casa y no lo ve por ahí, pregunta por él. 
Cuatro décadas - (c) - MARISELLA ZAMORA

No hay comentarios:

Publicar un comentario