11 de octubre de 2013

Páginas Sociales III

Por Mary Zamora

La gente está celebrando. Yo procuro contagiarme de su euforia colectiva mirándoles por la ventana. Me inspiran ternura: por fin una alegría que los une aunque sea aparentemente, superficialmente. Por lo general, los une la desgracia. Pero hoy no. Hoy los une la alegría. Y digo “los une”, por que por más que lo intento, soy incapaz de salir de mi confortable caparazón de concreto. Mi esposo también está celebrando, como cualquier persona normal, uniéndose en abrazos desconocidos, conversando con vecinos apenas vistos, brindando con copas que en otras circunstancias habrían sido enemigas. Yo no. Seguramente no hago parte de la gente normal que celebra, de la gente normal que se embriaga, de la gente normal que fuma, de la gente normal que ve televisión  y jamás lee libros, de la gente normal…
Poco a poco el estruendo va cediendo paso a la calma, a la soledad. ¡La soledad! ¡Qué feliz me siento habitando en ti! Sigo mirando por la ventana. La gente celebra. Me inspiran lástima: la felicidad que los une durará poco. ¿Qué inventarán entonces para volver a ser felices? Algunos alcanzan a distinguir mi figura. Me miran con asombro. Soy su bicho raro. Seguramente se preguntan por qué no estoy en la calle como ellos, con ellos, dentro de ellos, sobre ellos, qué se yo…
"A lo lejos", como en el inmortal poema de Neruda, "alguien canta. A lo lejos". La gente celebra, aunque ya no los veo por mi ventana. Se marcharon. Ahora soy libre. Ahora puedo salir. Ya no tengo miedo. No me cruzaré con nadie, nadie me mirará como a su bicho raro, nadie me preguntará que necesito, nadie me dirá obscenidades, nadie se burlará en silencio, nadie se burlará descaradamente, soy un fantasma de carne y hueso que nadie ve. Soy feliz. 

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