29 de diciembre de 2017

A TU SALÓN


the emptiness in me by Romeo-Tango
Imagen tomada de: https://romeo-tango.deviantart.com/art/the-emptiness-in-me-30782525



Recinto inmaculado de poetas sin lustre

donde mueren las musas por infección blanquísima

o por fiebre de ideas bajo su techo halógeno

sirviendo de carroña a los cuervos empáticos.

O quizá devoradas por las fauces impúdicas

y expuestas sus miserias ante los ojos lúcidos

que al punto tejen versos en sus mentes prolíficas.

¿Obedecen acaso a algún impulso orgiástico

que subyace al amparo del recinto purísimo?

16 de octubre de 2017

DE SEQUÍAS Y OTRAS TRIBULACIONES





















“Huir de la muerte siempre es más digno que entregarse a ella”


        Imagine al mundo muriendo de sed. Literalmente. Imagine la migración de millones de seres humanos en busca de los últimos ríos a través de territorios sometidos por el calor y asfaltados por los cuerpos secos de aquellos que no soportaron más. Imagine la guerra letal por la posesión de las últimas reservas, de los últimos galones, de las últimas gotas de agua. 

        Imagine sentir la garganta desgarrada por la falta de saliva, el no poder llorar porque ya no se tienen lágrimas, el desfallecimiento del cuerpo que no responde a los llamados de la voluntad que se obstina, mientras los buitres revuelan descarada pero pacientemente a la espera de su rendición. Imagine en medio de este panorama hostil dos personajes unidos no sólo por la sed, sino por la certeza de que “Ambos sentían que se les había envilecido el alma…”.

        Ese imaginario es “La sed”, la novela del escritor, periodista y fotógrafo colombiano Enrique Patiño publicada en 2013 por Seix Barral. Patiño, quien actualmente reside en Holanda, recrea en su obra un escenario cada vez menos apocalíptico si se tienen en cuenta los absurdos de la sociedad actual en los que el consumo desaforado, la sobrepoblación y la falta de conciencia ambiental están mermando los recursos naturales y acabando con las fuentes hídricas.

        “La sed” es una novela poblada de imágenes en las que el plástico le ha ganado el dominio del cielo a las aves, y los ojos desorbitados de las muñecas infantiles parecen haber reemplazado a las antiguas flores. Esta obra permite adentrarse en la condición humana y sus insospechadas respuestas cuando se le somete al límite de sus fuerzas, cuando se transita en ese peligroso espacio entre la razón y la locura. Y es que “el amor al prójimo es algo que se hace cuando el corazón propio está colmado, y ni siquiera eso permite la sed.”

         Hace un par de días alguien me preguntó qué libro me gustaría llevar al cine. No tuve que pensarlo dos veces. Mi respuesta fue “La sed”. Ahora bien: mientras lee la novela le aconsejo tener un vaso de agua cerca. Bébala con calma. Saboree cada trago como si fuera el último e imagine finalmente qué tan lejos estamos de ser una sociedad en la que se paga con agua o se muere de sed. 

30 de septiembre de 2017

MARIFIESTO


            Por Mary Zamora



  • Regla de oro: si no tiene nada para decir, por favor no lo diga. Las palabras inoficiosas, aquellas que ven la luz forzosamente, son meras sombras de la imagen que pretenden reflejar.       

  • La literatura es una manera de perdurar en el mundo; si una obra no soporta los embates del tiempo, es una falsa tabla de salvación a la que más vale no asirse.

  • La literatura es también comprensión particular del mundo; por ende, si esa mirada personal no encuentra eco en otros seres humanos, sino que retumba con molestia en el estrecho recinto del autor, seguramente es porque aún no ha comprendido nada.

  • Escribir es un oficio que surge desde la honestidad, desde el trabajo juicioso conjugado con la hora propicia. De otro modo, no es más que fabulación y engaño, para sí y para quien tenga la mala fortuna de leer un escrito que vulnere esas simples premisas.

  • La literatura es la rebeldía constante, la duda permanente, la búsqueda incesante. Por ello, el escritor honesto no milita en un partido, raza o religión, puesto que su óptica son todas las ópticas y su concepción del mundo no está viciada por los sesgos que obnubilan a las masas. El escritor toma una distancia justa que le permite narrar sin pertenecer y pertenecer sin perderse.

  • La literatura es una realidad por sí misma, una realidad transformadora, capaz de mostrar distintas posibilidades de distintas realidades.


  • La literatura debe mostrar lo inconmensurable, lo ilógico, lo absurdo, como perfectamente posible, y ello solo se logra cuando es abordada desde la pureza del acto creativo y la paciente certeza de la soledad.

  • Escribir es labor casi sencilla si nos atenemos a una única fórmula basada en el uso de los recursos del lenguaje. Sin embargo, a duras penas llegaría a ser material de temporada.

  • La premura es enemiga de toda forma de arte. 


20 de julio de 2017

REMEMBRANZA

Por Mary Zamora


Es 1987. 

Es noviembre. 

Es la ciudad del invierno.

Es una región donde hasta la lluvia es periférica, enlodada y menesterosa. 

Es una barriada tímida que parece retraerse sobre sí misma, en el más perfecto desamparo y sigilo. 

Es un intento de vivienda en el desconcierto de la cimentación. 


Es el tiempo tocando una nota indeterminada entre las 12 del día y las 2 de la tarde.

Es una niña de apenas 9 años, dolorosamente delgada y pálida, sentada al borde de una viga de concreto. 

Es un vestido demasiado grande y ajeno.

Es la bofetada del frío regada por los brazos, por las piernas.

Es un filamento que se escabulle despacio desde la cuenca de sus ojos hasta la barbilla trémula.

Es una garganta lagrimeando nudos.

Son unos pies mojados balanceándose. 

Son unos ojos hipnotizados por un vacío de 5 metros.

Son unas manos rígidas sosteniendo una escudilla.

Es un vientre lleno de hambre, que se revuelve.

Es un paladar que no ha visto sabores.

Es una mezcla mísera de agua con harina y un poco de manteca.

Sabe bien. Ella sonríe. 

Piensa en los nuevos usos de las lágrimas.





19 de mayo de 2017

MIEDO


Por Mary Zamora












Un hombre abrió su puerta y solo halló vacío.

No encontró la casucha del odioso vecino,

ni  la acera cubierta de excremento y cigarros,

ni el olor de la lluvia reposada,

ni el frío con su navaja en las montañas.

Solo estaba el vacío,

solo estaba el silencio,

y solo estaba el hombre asido del picaporte

ante la grieta inmensa,

ante la profundidad,

y solo estaba el hombre, efigie horrorizada

con los ojos quebrados y libres de sus cuencas

y un dolor de metralla regado por la piel

hecho de exudación y de convulsiones pétreas

sujeto al picaporte, sujeto del azar,

sujeto de la estirpe de los Samsa

o de los Frankenstein, o de los Hyde

sujeto en todo caso, que se suelta,

que cercena la cinta umbilical

que sabe que precisa un solo paso

un simple paso al frente, o hacia atrás

pero sabe también que es sólo un hombre

y le asiste el derecho de llorar.



27 de enero de 2017

CAMINATA DE ABRIL EN SEPTIEMBRE

Por Mary Zamora

Avanza desprevenidamente en medio de un torbellino de ojos azorados y distantes en el que todos fingen saber que avanzan, pero sin saber hacia dónde y sus manos de añil y bermellón se aferran insistentes a la mochila gastada, quizá para evitar la huida de las últimas migajas de poesía y va recogiendo aquí y allá algunos semblantes tontamente felices que zambulle en el mismo bolsillo en el que el año pasado, por vacaciones, guardó un trocito de mar. 

Avanza en medio de manos entrelazadas de sucio sudor mutuo, en medio de labios aglutinados de sucia saliva mutua, en medio de voces cómplices y voces que amonestan, de miradas que aprueban y miradas que critican, en medio de la dolorosa compañía de la muchedumbre sola, pues a pesar de la evidente correspondencia, tan certera y palpable, cada ser es un ser irremediablemente solo: cada pareja asida de la mano, cada peatón distraído, cada mirada que se evita o se desvía, cada sonido inacabado dentro de cada oído ensordecido, cada color de piel, cada bostezo, cada hijo, cada madre, cada pariente lejano o cercano, cada amigo o enemigo, superior o subalterno, élite o plebe, viejo, joven, fuerte o endeble, triunfador o fracasado, cada quien es habitante único de su propia contingencia.

Y de pronto pone fin a su avanzar enajenado, arrastrando los pies poblados de piedras rotas y se agarra las venas furiosas de las sienes con un ganchito para el pelo y es como si todo un hipódromo tuviese sede en su cabeza mientras ingresa con lentitud estudiada al penoso recinto en el que cada muerto también yace solo en su prisión indigna, engullido por la maleza en las horas de su insomnio, o coronado por excrementos de aves innobles. Cada nombre de lápida que sus ojos alcanzan con veloz curiosidad es una inteligencia que se agita y se despierta, en una poderosa invocación del pensamiento sobre la materia inerte.

Aquí yaces, Raquel. Aquí moras...pero no has podido superar la costumbre del sol en el rostro y en las manos y en la piel, y por eso abandonas la tumba de repente, un poco azorada e inerme, y piensas que tal vez podrás acostumbrarte y te alegras de no ser un kilo de ceniza contaminada con las cenizas de otros muertos de suerte compartida, envuelta en polipropileno transparente y acomodada dentro de un odioso recipiente que no es madera ni metal.

Y experimentas la bendición de los árboles enanos que te proveen su sombra y escuchas una voz lejana que pretende ser potente pero que pronto se confunde con el gorjeo de las palomas y las voces indiscretas de otros visitantes de ocasión. Y sientes temor de ser vista. No sabes cómo luces recién muerta. Y en un gesto pueril buscas en tus bolsillos un espejo y te echas a reír de buena gana celebrando tu ocurrencia. "La próxima vez que me muera pediré que pongan en mi tumba un espejo y quizá algo de maquillaje", piensa en voz alta Raquel, la feliz Raquel que no para de reír y que ahora se aventura a volar robando su forma a una mariposa alegre y diminuta, por entre unas flores que parecen haber nacido muertas y que intentan adornar un oscuro mausoleo de cadáveres recientes que aún temen abrir los ojos y que soportan estoicamente un poco del folclor musical del momento, halago inexplicable de los vivos.

A la par que la música se propaga sigilosa y decidida, Raquel va descubriendo su maravilloso mundo de posibilidades inagotables donde puede ser hoja, árbol, aire o mariposa, y le da un golpecito amable en el hombro a un pobre joven que se quedó dormido de dolor frente a una tumba, y le da un golpecito amable a una tumba que se quedó dormida de dolor frente a un pobre joven, y se para a escuchar las conversaciones triviales de los visitantes y se toma la molestia de dar sus propias opiniones, y enguja las lágrimas viejas de alguien que se aferra a una mochila para que no se le escape la poesía recién descubierta, y las cambia por lágrimas de dolor renovado que no soportan la prisión de los ojos y rompen el muro de los párpados y entonces me desbordo y siento que nada es más hermoso que un camposanto bajo la lluvia y me abrazo a Raquel y danzamos y danzamos mientras la gente corre a guarecerse llevando en la mano la evidencia del cumplimiento de su misión de conservar viva la memoria de sus difuntos mediante el recurso de las flores artificiales, sin saber que incluso éstas sucumben al óxido del tiempo, y danzamos y danzamos bajo la bendita lluvia compacta de todas las horas amargas de todos mis días y los tuyos Raquel, y escuchamos afuera la insistencia de los vendedores y te antojas de una pizza, Raquel, una pizza mientras danzamos bajo la bendita lluvia afilada y luminosa, orgiástica y agónica que hace que las hojas se crispen y que la tierra reviente jubilosa y verde y estremecida, y escuchamos el tañido de los bronces en lo alto porque ha pasado un siglo más eterno que todas las eternidades juntas y miro mi reloj pero tú no estás triste y yo no estoy mojada y el último caballo galopa lentamente, llevándose en sus cascos el ganchito para el pelo.