Por Mary Zamora
Las historias de fantasmas y
aparecidos en La Candelaria, el Cementerio Central, el edifico de Seguros
Bolívar o el antiquísimo hotel del Salto del Tequendama, son de conocimiento
público y cuentan con no pocas páginas y horas de grabación por parte de
especialistas en el terreno de lo paranormal.
Sin
embargo, no son éstos los únicos lugares que encierran misterios de ultratumba
en la capital de la república. En la localidad de Bosa, el Cementerio
Parroquial o Cementerio Municipal de Bosa, que data de los años 1940, conserva
visible no solo en su interior sino también en las zonas aledañas, la huella de sus antiguos pobladores.
En diálogo con algunos de los
habitantes, personas cálidas y amables, descendientes de campesino de la
región, se hace evidente el gran respeto que sienten por las “benditas almas” y
por el que culto que, cada lunes, los mayores les rendían a la entrada del
emblemático cementerio, encendiendo cirios blancos y pasando a rezar en la
capilla una novena para tener cómo pedirles que intercedan por ellos ante Dios.
Sin embargo, parece que no todas
las “benditas almas” del purgatorio son tan benditas, según lo que cuentan
algunos vecinos del sector del cementerio, quienes se han llevado
unos buenos “sustos”, como el que nos relata a continuación don Luis Guillermo:
“Yo venía de trabajar a eso de
las diez de la noche. Yo vivo ahí, en la casa de dos pisos, la azul, la de la
esquina. Bueno, pues yo venía de trabajar como le digo, y me dio por pasarme
por el parquecito, dizque pa’ cortar camino. Y en eso es que yo escucho como
unos ruidos. Yo pensé que era un perro o algo así, pero me puse a mirar bien y
no había nada. Bueno, entonces yo seguí caminando, pero eso que usté siente que
lo están mirando, que alguien está por detrás suyo. Y me volteo a mirar rápido
pero no, nada, no había nadie. Y entonces ¿sí ve ese “culumpio”?, ése, ése.
Estaba que se movía, como cuando están los pelaos ahí jugando.
¿Y usted qué hizo entonces?
Pues nada, yo me quedé quieto, yo
estaba como ido, yo no sé qué me pasó porque me quedé quieto mirando el
“culumpio”, pero lo raro es que no estaba haciendo viento ni nada. No. Estaba
todo tranquilo. Y más raro todavía que sólo se movía ése, los otros no, sólo
ése.
¿Y después qué pasó?
Pues es que eso lo más raro,
porque cuando me pellizco es que resulto caminando por la acera del lao’ de
allá….yo no sé en qué momento me salí del parque y me pasé pa’ ya, y ni a
qué….es como quien dice, que me estaba era alejando de la casa, como
devolviéndome en vez de avanzar….
¿Y qué hizo después de eso?
Pues póngale cuidao’ señorita: en
esas preciso venía un compadre y me dice: “Ole Guillermo, usté’ pa’ onde’ va,
se le olvidó el camino? Y pues yo ni corto ni perezoso le dije que era que había
disgustao’ con la mujer y que me iba a echar unas “frías”…Y el compadre pues me
acompañó pero yo no le conté nada, pa’ qué….
¿Pero no le contó a nadie, ni a su esposa?
Pues a mi mujer si le conté al
otro día y ella como se la pasa por ahí hablando con las vecinas me contó otro
“poconón” de historias parecidas a la mía. Que fulana de tal, que sutanito, que al hijo del finado Jacinto también lo habían asustado las almas, eso, otro
poco de gente de aquí del barrio. Por eso es que yo le cuento señorita, porque
no soy el único, sino, ni le había dicho nada….
Don Luis Guillermo se ríe ahora
de buena gana. Pero nos confiesa que desde que aquello le pasó, hace ya más de un año, “ni “jincho” me paso por el parque ese y menos por la noche.” Nos
invita a tomarnos algo. Una “chichita” para pasar el mal rato y ya
despidiéndonos nos dice en tono de confidencia: “mire señorita: ese que va allá es el hijo del difunto Jacinto que en
paz descanse. Dígale, dígale que le cuente. La historia de él es más “brava”.
Decidimos hacer caso a su
sugerencia, pero el hijo de don Jacinto, alma bendita, va de carreras para la universidad
y el tiempo no le da para detenerse a hablar de aparecidos.
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