22 de julio de 2016

LA NO-LECTURA COMO PRÁCTICA SOCIAL

Por Mary Zamora

Afirmar que la lectura es una práctica social podría ser una verdad a medias, al menos en un país como Colombia que adolece de lectores, no solo en el sentido literal del término, sino entendiendo por “lector” a aquella persona capaz de llevar a cabo todo el proceso de comprensión de cualquier tipo de información que le es transmitida por algún medio. Otra afirmación equivocada sería decir que se trata de una práctica social de minorías, ya que la lectura no es ni mucho menos una actividad excluyente. En ese orden de ideas quizá sea más preciso afirmar que la no-lectura es una práctica social habitual de la población colombiana.

Y es que para abordar el tema en toda su complejidad se debe partir de la premisa que indica que una práctica social es una acción o actividad común a un colectivo o grupo de individuos o por decirlo de otra manera, la forma particular en que ese colectivo hace determinadas cosas. Desde el enfoque socio cultural, la lectura es una práctica puesto que implica una acción que conlleva una finalidad. La teoría nos dice, por ejemplo, que la lengua es un tipo de práctica social, toda vez que constituye un conjunto de caracteres y símbolos orales y escritos mediante los cuales la comunidad se expresa, y que no son susceptibles de ser modificados por ninguno de sus miembros. De hecho, cuando un individuo lee establece una conversación con el autor, y el diálogo es, precisamente, un proceso para la formación de lectores, como bien lo plantea el escritor inglés Aidam Chambers en su propuesta “Dime. Los niños, la lectura y la conversación (2007)”, enfoque que pretende ayudar a los niños a hablar sobre cualquier texto que hayan leído, a fin de compartir y dar sentido a esa experiencia.

En su obra, Chambers afirma que el objetivo de la conversación es que las personas expresen lo que realmente piensan y no lo que los demás quieren escuchar, y que una de las formas de lograrlo es haciendo sentir a los involucrados que todo aquello que dicen es digno de ser comunicado, sin entrar a descalificar ningún relato, ningún comentario.

En ese orden de ideas, hablar de la lectura como práctica social implica definirla no solo como una actividad observable y medible, sino también como un hecho regulado por la misma sociedad. Esta teoría fue expuesta suficientemente por el sociólogo francés Michel Peroni en la conferencia pronunciada en el II Encuentro de Promotores de la Lectura, celebrado en el marco de la XVIII Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México, 2004).

En su intervención, Peroni mencionaba cómo la práctica de la lectura se ve influenciada por los diferentes factores sociales y cómo dicha práctica se evidencia de manera estadística, siendo precisamente la medición de su regularidad la que hace que se convierta en fenómeno social. Al respecto cabe resaltar las cifras que dio a conocer el DANE en su Encuesta de Consumo Cultural 2014, que indica que los colombianos leemos un promedio de 4,2 libros al año. Las mismas cifras hablan de un desolador 55% de los encuestados que no lee porque “no les gusta o no les interesa”. Sin embargo, resulta interesante que el 75% de los lectores respondió que leía “por gusto” (DANE, 2014)

Ante tal panorama, el reto de seducir nuevos lectores parece inalcanzable, a pesar de que el país, a través del Ministerio de Educación Nacional y el Ministerio de Cultura puso en marcha desde el año 2002 un ambicioso Plan Nacional de Lectura y Escritura que actualmente tiene por nombre “Leer es mi cuento”, una campaña que busca fomentar la lectura integrándola a la cotidianidad de los colombianos, y que concibe la lecto-escritura como una práctica inherente a los procesos de construcción de conocimiento, que a pesar de ser tan atractiva parece no ganar suficientes adeptos.

No obstante lo anterior, resulta claro que la lectura es una herramienta fundamental para que los individuos avancen en la construcción de país, para la creación de sentido, de significancia, para impactar lo sensible y transformar subjetividades, para visibilizar a los seres, para propiciar en ellos una actitud crítica y reflexiva, a fin de que sean capaces de crear opiniones propias que orienten su comportamiento en comunidad y le generen conciencia social. La lectura es una práctica de identidad, una experiencia de coexistecia de diversidad que rompe con la inequidad cultural, causante de no pocos de nuestros males. También, la práctica de la lectura garantiza al individuo la democratización en el acceso al conocimiento y a la información, sin olvidar que la generación de buenos hábitos de lectura en los niños redunda en un mayor y mejor desempeño académico.

Lastimosamente, todo esto que puede parecer tan claro, tan evidente, es incomprensible para todo aquel que no lee, y quizá la mayor dificultad sea comunicarlo de forma asertiva. Entonces la falencia no es de quien no lee, sino de quien lo hace, pero es incapaz de impactar y transformar la realidad de los otros a partir de sus múltiples lecturas. En este punto cabe preguntarse, ¿El lector se ha reservado para sí, por incompetencia o arrogancia, el prodigio que se esconde tras el mundo de las letras? Que juzgue cada quien, pero lo más seguro es que de no ser así, la lectura sería una práctica social de mayorías en Colombia.

Ahora bien: otra de las posibles causas de la no-lectura en Colombia proviene del mismo modelo educativo, que al usar el desgastado recurso de la obligatoriedad, corta de un sablazo cualquier interés genuino que un estudiante pudiera tener en los libros. Si a ello se suma que cada individuo es concebido por el sistema como una simple pieza más del aceitado engranaje de la maquinaria capitalista, se entenderá porqué para quienes ostentan el poder no es rentable educar personas que sean capaces de cuestionar el establecimiento. Es más conveniente un país de borregos, un país de ratones que eligen gatos, de diferente color, pero gatos al fin y al cabo, un país con los ojos siempre cansados por las interminables jornadas laborales y que por eso se deja obnubilar por las candilejas de la farándula y el opio del fútbol. Aun así, nunca será tarde para cambiar ese absurdo estado de las cosas e instaurar no solo la lectura, sino el arte y la cultura en general, como una práctica social que todos acepten, que todos ejerzan, de la que todos se beneficien. 

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