28 de agosto de 2016

DIÁSPORA


Por Mary Zamora


Balele nos saluda con su compás de tambores...
con su sol moribundo en el horizonte y su piel de ébano brillante, para envolvernos con sus arrullos de arena y fuego…

 ….Balele es una noche y es un día; Balele es como un siglo eterno, o  como una lágrima indecisa resbalando por la senda del desconsuelo o del júbilo…

“Balele”,  grita el hombre de brazos y piernas fuertes; el hombre sustento, el hombre protector, el hombre recio y fogoso, el hombre intrépido que se desliza y se mezcla entre las sombras, con la misma agilidad de un guepardo; con la misma imponencia de un león....

"Balele",  dicen las mujeres que llevan en sus caderas el sensual movimiento de las olas, y que elevan altivas las cabezas, coronadas por una maraña de cantos de aves nocturnas...

Balele para ellos, para todos ellos, diáspora portentosa, hermosos seres que cuando ríen, nos bendice con la visión de las estrellas dormidas en su boca, las mismas estrellas que sus ancestros milenarios, atraparon una vez con la atarraya...

...y es su carcajada como mil cascabeles juntos,
...y es su silencio reflejo del dolor inacabado de una raza,
...y son sus manos el artilugio de los dioses,
...y son sus ojos el aposento donde residen en armonía el Día y la Noche...

...y son sus cuerpos danzantes los que ahora nos dan la bienvenida con su armonioso trepidar, con ese contorsionar sugestivo que antaño venció la espada, el grillete y la cadena, porque su sola visión subyuga; porque ante un dios, todo mortal sucumbe y calla, para que reine el silencio…

22 de julio de 2016

LA NO-LECTURA COMO PRÁCTICA SOCIAL

Por Mary Zamora

Afirmar que la lectura es una práctica social podría ser una verdad a medias, al menos en un país como Colombia que adolece de lectores, no solo en el sentido literal del término, sino entendiendo por “lector” a aquella persona capaz de llevar a cabo todo el proceso de comprensión de cualquier tipo de información que le es transmitida por algún medio. Otra afirmación equivocada sería decir que se trata de una práctica social de minorías, ya que la lectura no es ni mucho menos una actividad excluyente. En ese orden de ideas quizá sea más preciso afirmar que la no-lectura es una práctica social habitual de la población colombiana.

Y es que para abordar el tema en toda su complejidad se debe partir de la premisa que indica que una práctica social es una acción o actividad común a un colectivo o grupo de individuos o por decirlo de otra manera, la forma particular en que ese colectivo hace determinadas cosas. Desde el enfoque socio cultural, la lectura es una práctica puesto que implica una acción que conlleva una finalidad. La teoría nos dice, por ejemplo, que la lengua es un tipo de práctica social, toda vez que constituye un conjunto de caracteres y símbolos orales y escritos mediante los cuales la comunidad se expresa, y que no son susceptibles de ser modificados por ninguno de sus miembros. De hecho, cuando un individuo lee establece una conversación con el autor, y el diálogo es, precisamente, un proceso para la formación de lectores, como bien lo plantea el escritor inglés Aidam Chambers en su propuesta “Dime. Los niños, la lectura y la conversación (2007)”, enfoque que pretende ayudar a los niños a hablar sobre cualquier texto que hayan leído, a fin de compartir y dar sentido a esa experiencia.

En su obra, Chambers afirma que el objetivo de la conversación es que las personas expresen lo que realmente piensan y no lo que los demás quieren escuchar, y que una de las formas de lograrlo es haciendo sentir a los involucrados que todo aquello que dicen es digno de ser comunicado, sin entrar a descalificar ningún relato, ningún comentario.

En ese orden de ideas, hablar de la lectura como práctica social implica definirla no solo como una actividad observable y medible, sino también como un hecho regulado por la misma sociedad. Esta teoría fue expuesta suficientemente por el sociólogo francés Michel Peroni en la conferencia pronunciada en el II Encuentro de Promotores de la Lectura, celebrado en el marco de la XVIII Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México, 2004).

En su intervención, Peroni mencionaba cómo la práctica de la lectura se ve influenciada por los diferentes factores sociales y cómo dicha práctica se evidencia de manera estadística, siendo precisamente la medición de su regularidad la que hace que se convierta en fenómeno social. Al respecto cabe resaltar las cifras que dio a conocer el DANE en su Encuesta de Consumo Cultural 2014, que indica que los colombianos leemos un promedio de 4,2 libros al año. Las mismas cifras hablan de un desolador 55% de los encuestados que no lee porque “no les gusta o no les interesa”. Sin embargo, resulta interesante que el 75% de los lectores respondió que leía “por gusto” (DANE, 2014)

Ante tal panorama, el reto de seducir nuevos lectores parece inalcanzable, a pesar de que el país, a través del Ministerio de Educación Nacional y el Ministerio de Cultura puso en marcha desde el año 2002 un ambicioso Plan Nacional de Lectura y Escritura que actualmente tiene por nombre “Leer es mi cuento”, una campaña que busca fomentar la lectura integrándola a la cotidianidad de los colombianos, y que concibe la lecto-escritura como una práctica inherente a los procesos de construcción de conocimiento, que a pesar de ser tan atractiva parece no ganar suficientes adeptos.

No obstante lo anterior, resulta claro que la lectura es una herramienta fundamental para que los individuos avancen en la construcción de país, para la creación de sentido, de significancia, para impactar lo sensible y transformar subjetividades, para visibilizar a los seres, para propiciar en ellos una actitud crítica y reflexiva, a fin de que sean capaces de crear opiniones propias que orienten su comportamiento en comunidad y le generen conciencia social. La lectura es una práctica de identidad, una experiencia de coexistecia de diversidad que rompe con la inequidad cultural, causante de no pocos de nuestros males. También, la práctica de la lectura garantiza al individuo la democratización en el acceso al conocimiento y a la información, sin olvidar que la generación de buenos hábitos de lectura en los niños redunda en un mayor y mejor desempeño académico.

Lastimosamente, todo esto que puede parecer tan claro, tan evidente, es incomprensible para todo aquel que no lee, y quizá la mayor dificultad sea comunicarlo de forma asertiva. Entonces la falencia no es de quien no lee, sino de quien lo hace, pero es incapaz de impactar y transformar la realidad de los otros a partir de sus múltiples lecturas. En este punto cabe preguntarse, ¿El lector se ha reservado para sí, por incompetencia o arrogancia, el prodigio que se esconde tras el mundo de las letras? Que juzgue cada quien, pero lo más seguro es que de no ser así, la lectura sería una práctica social de mayorías en Colombia.

Ahora bien: otra de las posibles causas de la no-lectura en Colombia proviene del mismo modelo educativo, que al usar el desgastado recurso de la obligatoriedad, corta de un sablazo cualquier interés genuino que un estudiante pudiera tener en los libros. Si a ello se suma que cada individuo es concebido por el sistema como una simple pieza más del aceitado engranaje de la maquinaria capitalista, se entenderá porqué para quienes ostentan el poder no es rentable educar personas que sean capaces de cuestionar el establecimiento. Es más conveniente un país de borregos, un país de ratones que eligen gatos, de diferente color, pero gatos al fin y al cabo, un país con los ojos siempre cansados por las interminables jornadas laborales y que por eso se deja obnubilar por las candilejas de la farándula y el opio del fútbol. Aun así, nunca será tarde para cambiar ese absurdo estado de las cosas e instaurar no solo la lectura, sino el arte y la cultura en general, como una práctica social que todos acepten, que todos ejerzan, de la que todos se beneficien. 

31 de mayo de 2016

LAS BENDITAS ALMAS...

Por Mary Zamora


Las historias de fantasmas y aparecidos en La Candelaria, el Cementerio Central, el edifico de Seguros Bolívar o el antiquísimo hotel del Salto del Tequendama, son de conocimiento público y cuentan con no pocas páginas y horas de grabación por parte de especialistas en el terreno de lo paranormal.

Sin embargo, no son éstos los únicos lugares que encierran misterios de ultratumba en la capital de la república. En la localidad de Bosa, el Cementerio Parroquial o Cementerio Municipal de Bosa, que data de los años 1940, conserva visible no solo en su interior sino también en las zonas aledañas, la huella de sus antiguos pobladores.

En diálogo con algunos de los habitantes, personas cálidas y amables, descendientes de campesino de la región, se hace evidente el gran respeto que sienten por las “benditas almas” y por el que culto que, cada lunes, los mayores les rendían a la entrada del emblemático cementerio, encendiendo cirios blancos y pasando a rezar en la capilla una novena para tener cómo pedirles que intercedan por ellos ante Dios.

Sin embargo, parece que no todas las “benditas almas” del purgatorio son tan benditas, según lo que cuentan algunos vecinos del sector del cementerio, quienes se han llevado unos buenos “sustos”, como el que nos relata a continuación don Luis Guillermo:

“Yo venía de trabajar a eso de las diez de la noche. Yo vivo ahí, en la casa de dos pisos, la azul, la de la esquina. Bueno, pues yo venía de trabajar como le digo, y me dio por pasarme por el parquecito, dizque pa’ cortar camino. Y en eso es que yo escucho como unos ruidos. Yo pensé que era un perro o algo así, pero me puse a mirar bien y no había nada. Bueno, entonces yo seguí caminando, pero eso que usté siente que lo están mirando, que alguien está por detrás suyo. Y me volteo a mirar rápido pero no, nada, no había nadie. Y entonces ¿sí ve ese “culumpio”?, ése, ése. Estaba que se movía, como cuando están los pelaos ahí jugando.

¿Y usted qué hizo entonces?
Pues nada, yo me quedé quieto, yo estaba como ido, yo no sé qué me pasó porque me quedé quieto mirando el “culumpio”, pero lo raro es que no estaba haciendo viento ni nada. No. Estaba todo tranquilo. Y más raro todavía que sólo se movía ése, los otros no, sólo ése.

¿Y después qué pasó?
Pues es que eso lo más raro, porque cuando me pellizco es que resulto caminando por la acera del lao’ de allá….yo no sé en qué momento me salí del parque y me pasé pa’ ya, y ni a qué….es como quien dice, que me estaba era alejando de la casa, como devolviéndome en vez de avanzar….

¿Y qué hizo después de eso?
Pues póngale cuidao’ señorita: en esas preciso venía un compadre y me dice: “Ole Guillermo, usté’ pa’ onde’ va, se le olvidó el camino? Y pues yo ni corto ni perezoso le dije que era que había disgustao’ con la mujer y que me iba a echar unas “frías”…Y el compadre pues me acompañó pero yo no le conté nada, pa’ qué….

¿Pero no le contó a nadie, ni a su esposa?
Pues a mi mujer si le conté al otro día y ella como se la pasa por ahí hablando con las vecinas me contó otro “poconón” de historias parecidas a la mía. Que fulana de tal, que sutanito, que al hijo del finado Jacinto también lo habían asustado las almas, eso, otro poco de gente de aquí del barrio. Por eso es que yo le cuento señorita, porque no soy el único, sino, ni le había dicho nada….

Don Luis Guillermo se ríe ahora de buena gana. Pero nos confiesa que desde que aquello le pasó,  hace ya más de un año, “ni “jincho” me paso por el parque ese y menos por la noche.” Nos invita a tomarnos algo. Una “chichita” para pasar el mal rato y ya despidiéndonos nos dice en tono de confidencia: “mire señorita: ese que va allá es el hijo del difunto Jacinto que en paz descanse. Dígale, dígale que le cuente. La historia de él es más “brava”.

Decidimos hacer caso a su sugerencia, pero el hijo de don Jacinto, alma bendita, va de carreras para la universidad y el tiempo no le da para detenerse a hablar de aparecidos.




2 de marzo de 2016

LA TRAMPA

Por Mary Zamora

Texto semifinalista en el 9 Concurso Nacional de Cuento RCN - Ministerio de Educación Nacional


La señora Tyler, pantalón a media pierna, levantó presurosa la tapa del inodoro solo para soltarla de nuevo con estrépito mientras intentaba subir las escaleras rumbo al segundo piso a la par que lanzaba gritos ininteligibles. Minutos después, recuperada del impacto, contó a todo el que quiso oírla cómo una inmensa rata negra con el pelaje pegado al cuerpo por efecto del agua estuvo a punto de saltarle encima. Ese impase habría de ser el primero de una larguísima lista de repulsivos encuentros entre los vecinos de Sinurbia y los infames roedores.    
Y es que las ratas bien pueden ser consideradas una nefasta prolongación del ser humano. Solo en la modesta Sinurbia habitan, según registros de Sanidad, 4 ratas por persona, realidad que se hizo evidente en desagües, inmediaciones a parques y contenedores de basuras de toda la ciudad.
Ante las primeras señales de alarma los habitantes optaron por venenos convencionales de nula eficacia que pronto fueron reemplazados por otros más mortíferos, pero todo indicaba que los roedores habían desarrollado una inmunidad inusual y peor aún, que transmitían dicha resistencia a sus crías.
Los más conservadores recurrieron a la vieja fórmula de las trampillas con queso, pero a diferencia de lo que enseñó la industria del entretenimiento, el queso no es precisamente el alimento preferido de los ratones.
Entretanto, roedores de hasta 60 cms., de longitud parecían haberse tomado la ciudad abandonando sus hábitos nocturnos y mostrándose con total descaro a pleno día en calles, estaciones de tren y supermercados. En las noches, se escuchaban sus pasos por las tuberías, acompasados de un roer frenético. Ni qué decir de los excrementos que debían ser recogidos incluso varias veces al día.

Al cabo de unas semanas la situación era insoportable. Las despensas de los hogares así como los depósitos de alimentos de tiendas y mercados fueron literalmente saqueados por las ratas, lo que provocó el desabastecimiento.
Las medidas en cuanto al manejo de desechos y recolección de basuras se extremaron al máximo. Algunos emprendedores vieron su oportunidad de negocio y crearon redes clandestinas de comercialización de carne de rata hacia China, Shanghái, Tailandia, Vietnam y Camboya, pero pronto fueron judicializados. Otros cazaron ratas vivas con el fin de adiestrarlas y llevarlas a países en conflicto donde podrían ser de gran utilidad en la ubicación de minas anti persona. Los más ilustrados hablaron de un legendario templo en la India que seguramente estaría feliz de recibir a tan insignes visitantes, considerados reencarnación de un dios legendario.
Hubo quienes adquirieron temibles gatos esfinge - una particular raza de gatos sin pelaje - , pero pronto descubrieron que más temibles aún eran las ratas lampiñas africanas que comenzaban a llegar a Sinurbia, quién sabe cómo. A pesar de que la gestación en ratas es de 25 días con camadas entre cinco y doce crías, parecía que estas cifras se triplicaban. Eran tantas, que en las madrigueras podían verse grupos de hasta diez ratones entrecruzados por las colas.
El tiempo avanzaba y la crisis por la infestación era alarmante: pequeños gatos, perros, gallinas y conejos habían sufrido mordeduras y lo que es peor, comenzaban a registrarse casos de ataques a menores y ancianos. Ninguna medida, por drástica que pareciera, daba resultado. Las brigadas de exterminio tuvieron que recurrir a métodos poco ortodoxos: era un espectáculo repulsivo.
La vida para los habitantes cambió radicalmente, siendo necesario portar algún objeto contundente para defenderse de una posible embestida. Las autoridades pusieron a disposición de los pobladores sendos paquetes de desratización que incluían tablas con pegamento, cebos envenenados y hasta enormes bates.
Expertos en control de plagas explicaron a los angustiados habitantes cómo los mismos humanos suministran a las ratas todo lo necesario para vivir y que, infortunadamente, ya se habían identificado varios sub-tipos de roedores cohabitando la ciudad, lo cual hacía más difícil la erradicación.
Por primera vez, las sobras  de comida que antes iban a parar a los cestos de basura fueron recolectadas de forma controlada y distribuidas entre los habitantes de calle, en un esfuerzo por disminuir los desechos.
Sin embargo, las ratas parecían poner a prueba la inteligencia de sus verdugos: nuevos rodenticidas tuvieron que ser administrados en pequeñas dosis para no causar la muerte inmediata del roedor, ya que una vez las demás habían identificado la sustancia asesina en el cuerpo de la víctima gracias a su finísimo olfato, ninguna la probaría jamás. Esa estrategia pareció dar resultado durante algún tiempo, pero fue un triunfo pírrico: centenares de ratas escogieron como última morada la calidez de las sábanas y closets provocando no pocos ataques de nervios. Sinurbia era una nueva Hamelin, pero sin flautista.

Los meses trascurrían en medio de soluciones provisorias mientras cientos de ratas pululaban en cada espacio de la ciudad. Las enfermedades estaban a la orden del día y las declaratorias de cuarentena y emergencia sanitaria solo sirvieron para que la gente claudicara ante la invasión. Entre tanto, especialistas de las más diversas disciplinas coincidían en una unánime y contundente sugerencia: Sinurbia debía ser evacuada.
Los preparativos para el éxodo comenzaron, en tanto que la ayuda internacional no se hizo esperar: expertos en campamentos montaron en tiempo récord miles y miles de carpas equipadas con lo indispensable en una pequeña villa cercana, a donde cada día, durante casi un mes, fueron trasladadas las familias sinurbienses.
La segunda parte del plan era mucho más difícil y consistía en evitar que las ratas descubrieran la nueva residencia de los habitantes, a la par que Sinurbia era transformada en una gigantesca trampa. Decenas de edificaciones fueron escogidas estratégicamente y pintadas de un amarillo tan estridente que era necesario el uso de gafas oscuras. En ellas se instalaron cámaras y una compleja red de ahuyentadores eléctricos cuyo fin era la emisión de agudísimas ondas ultrasónicas imperceptibles para el ser humano pero letales para los roedores una vez expuestos a ellas. Toneladas de desechos diseminados a lo largo y ancho de las casas-trampa, así como grifos y desagües que se descargaban cada cierto tiempo gracias a una conexión remota, completaban la estratagema. Todo un festín para las ratas.
A pocos kilómetros de Sinurbia se instaló un sofisticado puesto de observación en el que durante semanas los hábitos de los roedores fueron analizados: su gran capacidad para nadar, hacer túneles y laberintos, su territorialidad, la reacción de rechazo a los alimentos nuevos, el equilibrio que les brinda la cola y que compensa su ceguera y la sensibilidad de los bigotes, todo quedó registrado. Viéndolos de lejos se diría que eran inofensivos e incluso, tiernos.
Finalmente, el nuevo plan parecía dar resultado la noche en que los técnicos avistaron en sus pantallas el desfile de ejércitos de ratas que como hipnotizadas, ingresaban a las casas-trampa. Era el momento de actuar: sigilosamente, los brigadistas encargados de clausurar las ratoneras entraron en Sinurbia y tapiaron toda cavidad, agujero, grieta, alcantarilla, desagüe, puerta o ventana, impidiendo así la fuga de los odiosos presos.
Luego de horas de intenso trabajo, dieron la señal convenida: mano derecha sobre mano izquierda haciendo clic. Al instante, millones de ondas sonoras invadieron las trampas. Los azorados roedores trataron infructuosamente de escabullirse volcándose unos sobre otros, chocando entre sí, pisoteándose, dando chillidos de alarma, mordisqueando angustiosos, excavando coléricos…Al poco tiempo, las pantallas registraban fuego, procedimiento final de la estrategia, mientras una chamusquina hedionda daba aviso a los sinurbienses del éxito de la operación.   

La reconstrucción de Sinurbia se prolongó por varios meses. Muchas casas, además de las habilitadas como ratoneras tuvieron que ser demolidas total o parcialmente dado que miles de ratas en su intento de huída quedaron atrapadas en medio de las paredes.
Aprender la lección había costado dolor y náuseas pero al poco tiempo Sinurbia era ejemplo de sostenibilidad ambiental por su minucioso plan de recuperación de basuras. Tal vez por ello, la mañana en que la señora Tyler metió desprevenidamente la escuálida mano en el depósito del agua topándose con algo pequeño y suave al tacto, prefirió que su grito se ahogara así como se había ahogado aquel diminuto ratón. Haciendo acopio de serenidad, lo puso en la caneca verde, marcada con el rótulo de “ordinarios” y decidió que esta vez no se lo contaría a nadie.