24 de noviembre de 2013

Proteico

Por Soledad Cadena

Un cuerpo inerte colgado de un gancho. Varios cuerpos inertes colgados en ganchos. Cuerpos de ave, res o cerdo.  Vísceras tomando el sol en las más absurdas posiciones. Pezuñas. Cabezas. Cadáveres cuyas inminentes sepulturas tienen forma de estómago. Expelen un olor que indica que algo está mal. Un olor ignorado. Los veo mientras el colectivo en el que voy camino a casa se detiene ante el cambio de semáforo. Los observo el tiempo suficiente como para verme allí, desnuda, despellejada, colgada por mis extremidades inferiores o por mi abdomen. Una larga cuchillada hizo una zanja en mi cuerpo rosa pálido. Llega un comprador y se antoja de un trozo de mis piernas. Otro quiere mis muslos. Otro más escabroso prefiere las vísceras. Me tazan, me pesan, me venden por libras. Como para defenderme, intento explicar que sólo soy un cuerpo muerto que pronto se pudrirá y lo que es  peor, dentro de ellos. Pero no me escuchan. El semáforo cambia. El colectivo arranca. Toco aliviada mis suaves piernas intactas mientras pienso en todos esos otros animales que no pudieron escapar a su destino cuando iban camino al matadero dentro de un camión. Pienso en su angustia, en su desespero, en su hora fatídica. ¿Cómo serán “sacrificados”? ¿Qué significa eso?  ¿Quién necesita el sacrificio de su carne?

Pero mi disertación moral dura apenas lo que tarde en freírse un trozo, la proteína que ingeriré con mi almuerzo.  

21 de noviembre de 2013

Amor baldío


Por Soledad Cadena

En el abanico del dolor existe uno que difícilmente podrá ser superado y es el que siente una  madre ante el odio, el desprecio o el rechazo de un hijo. Se engañan aquellas que piensan que no hay mayor dolor al que sintieron en el momento de dar a luz. El dolor mayor se experimenta cuando esa luz se vuelve y se alza contra ti con toda la fuerza y magnificencia de sus 16 años. Lo ideal sería, para no enceguecerse, adoptar la postura de la madre cómoda, la facilista, la que teme ver la ira reflejada en el rostro de su hijo porque sabe que seguramente sucumbirá y prefiere entonces no desairarle, la que se jura la mejor amiga a punta de permisividad malsana, la que oculta tras la máscara de la comprensión su total incapacidad para afrontar como corresponde, los problemas que carga el joven que adolece de un criterio formado. Por no ser ese tipo de madre alcahueta, irresponsable, mediocre, hoy debo enfrentar una vez más el golpe silencioso del desayuno inalterado en la mesa al que observo con la interrogación grabada en el rostro, el mismo desayuno que parece responderme apenado: “Lo siento señora, hoy tampoco quiso”. Por no ser la madre que facilita la debacle de una vida promisoria, hoy me enfrento al silencio de la puerta cerrada, la puerta que pretende ponerle límites al amor, la puerta crispada como un puño que apenas se abre tímidamente cuando no siente mi presencia. Por no ser esa madre, falsa mejor amiga, hoy siento el filo certero del monosílabo que sale de su boca arrastrando las dos únicas letras con dificultad. Por no ser otra de tantas madres que prefiere ahorrarse discusiones, hoy camino a su lado mirando de reojo para captar cualquier señal de amistad, camino a su lado pegando los brazos al cuerpo para que no se me escapen y se conviertan en otro abrazo rechazado, camino a su lado apretando los labios para no evidenciar con palabras mi mendicidad de afecto. Y ya de regreso en casa no puedo evitar preguntarme a quien le hace bien o a quien le hace falta todo mi amor. Todo mi  amor de madre. 

9 de noviembre de 2013

Mil personajes en busca de lector

Por Soledad Cadena

Texto seleccionado para aparecer en la Antología del 
II Concurso de microrrelatos de temática libre "Pluma, tinta y papel" del portal DIVERSIDAD LITERARIA

"El día de la rebelión había llegado. Aprovechando la poca afluencia en la biblioteca, llevaron a cabo el plan convenido: cambiar papeles. Los lectores lo notaron de inmediato cuando no encontraron a Aureliano Buendía en Macondo, sino como escudero de don Quijote. Revisaron otras obras, hallando toda suerte de cambios absurdos. Por curiosidad, mucha gente empezó a leer. Mucha, volvió a leer."

8 de noviembre de 2013

Circunvalación

Por Mary Zamora


Caminan de prisa, no sea que sus miedos los alcancen. Miran por encima del hombro, de soslayo, y se encuentran con que esos mismos temores que les impelen a correr, se reflejan en los ojos de los otros. Sí, de los otros, de todos los otros, de todas esas tediosas vidas marchitándose. Temen a la soledad, a la vejez, a la muerte, a la enfermedad, a la infidelidad. Temen.

Entonces se escudan tras el ruido y la banalidad. Suben y suben el volumen por que no quieren oír. Gastan y malgastan sin medida. Ahí están: puedes verlos en los centros comerciales, asistiendo a su propia parodia. Entran al lujoso almacén de la costosa ropa ridícula. Entran al finísimo restaurante de comida insípida. Pagan con su último saldo de dignidad en efectivo un taxi para regresar a casa. Pero al cruzar la puerta, la máscara cae estrepitosamente. El innecesario juguete nuevo para el hijo, con suerte irá a parar al sofá. La inútil crema antiarrugas con ácido hialurónico reposará por un tiempo indeterminado sobre el tocador. Ya en la cama, agotados los temas triviales con cada cambio de canal, hay que tomar una decisión trascendental: fingir cansancio o fingir deseo. Optan entonces por el sexo cansado. A la mañana siguiente, vuelven a caminar de prisa para que sus temores no los alcancen. 

2 de noviembre de 2013

PLAGIADOS

Por Mary Zamora

(Encuentra éste y otros relatos en Universo de libros y Diversidad Literaria).

Lo encontré una  tarde lluviosa, tirado a la orilla de una carretera poco transitada. Tan pronto lo vi, supe que no pertenecía a nuestra realidad, que había sido arrojado en este mundo inhóspito y desconocido para él, cuando aún le quedaba mucho tiempo por vivir.
Aún en el lamentable estado en que se encontraba, era un hombre hermoso. Reunía, para mí, todas las perfecciones masculinas posibles. Como pude, lo auxilié. Lo subí a mi auto y lo conduje rápidamente al primer hospital que hallé en el camino. Luego, como no tuviere a dónde ir, lo llevé a mi casa y me encargué de cuidarlo. Una vez  se sintió mejor, me relató su historia: en efecto, era un personaje arrojado de la forma más vil fuera del mundo en el que había sido creado. Su autora, una escritora mediocre de novelas rosa, no hallando argumentos suficientes para que continuara con vida, había preferido inventarle un burdo accidente de tránsito y sacarlo de escena. También me confirmó lo que yo ya sospechaba: si se quedaba en este mundo ajeno, viviría muy poco. Le era forzoso volver a su realidad. Sin pérdida de tiempo, compré la novela a la cual hasta hace poco había pertenecido. La leí varias veces y comencé mi trabajo. Mi idea era cambiar el argumento y darle cabida al personaje rescatado. Trabajé en ello toda una noche, reescribiendo mi historia ajena, y a la madrugada, lo había logrado: el bello intérprete renacía en las páginas de la nueva versión que escribí. Cuando me retiré a descansar y quise comprobar si aún dormía, tuve que conformarme con el delicioso olor a sándalo con que dejó impregnada la cama. Al día siguiente, fui a la oficina de mi editor y le entregué aquellas páginas recién concebidas, frescas de tinta y emoción.
Pudo haber terminado allí. Pudo haberse tratado sólo de una anécdota fantástica. Pero al cabo de un par de meses, apareció ella, la autora original, la señora X. Mi editor me llamó un tanto contrariado, diciéndome que aunque no me creía capaz de cometer plagio, había recibido ésa misma mañana la visita de la señora X, reconocida escritora quien, muy enojada, había expuesto sus argumentos para asegurar que mi última novela no era más que un plagio descarado de la suya y que por ello, había instaurado una demanda en mi contra.
Tuve entonces que acudir a los tribunales. Traté por todos los medios de explicarles que, en efecto, se trataba de un caso atípico, pero que la señora X ya le había dado muerte a su personaje cuando yo lo hallé en la carretera.
Ella a su vez argumentaba que si bien había decidido que lo mejor en ese momento era que él muriera, al permanecer con vida le seguía perteneciendo. Que lo más ético de mi parte habría sido buscarla y devolverle a su hombre y no apropiármelo, como había hecho.
La suerte no estuvo de mi parte. Pasé 2 largos años en prisión, tiempo suficiente para fraguar mi revancha. Leí toda la obra de la señora X, informándome además sobre su vida y hábitos.
Cuando finalmente salí del penal, me dirigí de inmediato donde mi antiguo editor. Le llevaba el producto de 2 años de trabajo. Accedió a publicarme, no sin reticencias, al cabo de algunos días.
En síntesis, mi nueva novela versaba sobre una mediocre escritora de novelas rosa que un buen día, sin tener ya nada más qué decir, comienza a plagiar la obra de un colega, robándole sus personajes. El escritor afectado decide demandarla y ésta,  finalmente es llevada a la cárcel.
La crítica fue benévola y las ventas se movieron de manera aceptable, así que decidí marcharme por un tiempo y tomar las vacaciones tantas veces aplazadas. Cuando regresé, quise saber de la señora X y lo hice visitándola directamente en el penal. Ahora ella es mi personaje. Cuando cumpla 2 años recluida, veré que giro darle a la historia (si es que ella no está escribiendo ya sobre mí, si es que ella no es quien me dicta lo que ahora escribo.)


PLAGIADOS - (c) - MARISELLA ZAMORA