14 de septiembre de 2013

LA FUERZA DEL VIENTO

Por Mary Zamora
(Encuentra éste y otros relatos en Universo de libros y Diversidad Literaria).

Hacía varios años ya que despertaba cada día con la ilusión de un milagro: su hijo se acordaría de ella, iría a visitarla y hasta le llevaría flores; sabía que no debía esperar demasiado, pero se trataba de su Andy y aún después de tanto tiempo separados, seguía teniéndole muchísima fe.
Los días avanzaban lentos para ella, raudos para él, como si vivieran en tiempos diferentes; le era doloroso reconocer que muy pocas veces Andy la recordaba y sin embargo, ella estaba siempre ahí.
Era un hombre promedio, de esos que elevan plegarias a Dios sólo cuando la necesidad es apremiante; tenía una bella esposa, hijos aplicados, empleo agradable, amigos leales, reconocimiento y por supuesto, dinero. Ella, por su parte, era la madre sumisa, entregada, sacrificada, la de manos callosas sin manicura que había ido perdiendo la vista poco a poco en la velocidad de su máquina de coser. Abogaba a Dios por él desde siempre, sin pedir nada para sí; las madres saben que toda su felicidad se reconcentra en la felicidad de los hijos.
Ahora, sabiendo que le quedaba poco tiempo, se atrevía a pedir algo para ella, aunque en su interior supiera que lo pedía también para él, para evitarle padecimientos al alma de su hijo llegado el momento.
Un día más, otro, y otro, y con ellos, la esperanza; Andy se encontraba como siempre ocupadísimo. Excusarlo, perdonarlo por el olvido eterno y esperar. 
Pero ya no había más tiempo; la hora del último estertor había llegado. Intentó llamarlo con todas las fuerzas de su pensamiento:
- ¡Por favor, me queda tan poco tiempo!

La suerte estaba echada. Las últimas lágrimas las lloró frente a la losa que daba cuenta de su muerte física: Abril 7 de 1987. Recordó cómo los primeros años, el hijo amado, junto con la familia, venía a visitarla los domingos y le traía flores. Luego de algunos años, las visitas se fueron espaciando, pero aún le alcanzaba para seguir con vida; mientras no la borraran por completo de sus recuerdos, permanecería viva. Con el tiempo, ese recuerdo se redujo a una misa anual por el “descanso” de su alma y finalmente, tuvo que conformarse con ser apenas mencionada en alguna reunión familiar.
Todo esto había hecho que poco a poco fuera desapareciendo; los demás entes que compartían “eternidad” con ella, la animaban a no perder la fe, pero finalmente, habían terminado por aceptar que pronto partiría.
Ella no se resistió; un último pensamiento en el que pudo ver a Andy. Era feliz.
Entonces, sintió cómo una fuerza sobrenatural la arrastraba consigo, pero ya no era consciente de que se había incorporado a ella. Había muerto. Ahora formaba parte de la fuerza del viento. Lejos, muy lejos de allí, su hijo elevaría a Dios una nueva plegaria.
LA FUERZA DEL VIENTO - (c) - MARISELLA ZAMORA

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