30 de septiembre de 2013

LETARGO


Por la cómoda calle de la resignación
Una mujer deambula
Viendo cómo la vida pasa cerca de allí
Pero ella ni se inmuta.
Y al cruzar la primera esquina de la vejez
—Ahí, por la cuarenta—
Con necedad  se aferra a una pared de cristal:
La hipócrita belleza.
Siente cómo la invade ese hastío de vivir
Muriendo un poco.
Y en un feliz minuto encuentra su verdad
Pero no logra asirla,
Entonces se desploma, pues no soporta el peso
De la desidia.
………………..
…una mujer recorre la misma calle…

Y acaba de doblar la quinta esquina.

21 de septiembre de 2013

"DÍAS DE DUELO"

Por Mary Zamora
(Encuentra éste y otros relatos en Universo de libros y Diversidad Literaria).

Esa mañana, como era habitual, también tuvo la certeza de que empezaría a escribir su obra cumbre; por desgracia, le acompañaba una recurrente sensación de memorias olvidadas, que empeoraba a medida que pasada el día. Sin embargo, estaba dispuesto. Su ínfima pensión no bastaba para cubrir los excéntricos gastos de un escritor, así éste fuera totalmente anónimo, de modo que tras un frugal desayuno y luego de revisar los titulares de prensa, se internó en su estudio.
Sabía que lo más difícil del proceso era plasmar las primeras líneas y para salvar ese escollo, había optado por tomar apuntes de todo cuanto su mente le permitiera crear. Así la hoja blanca, ese fantasma que ahuyenta las palabras, ya no podría sabotear su trabajo.
Entonces escribió: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo…”, pero en este punto se detuvo.
Había que ver la expresión de aquel hombre; era el monumento vivo a la derrota. Acaba de recordar que ésa ya era una obra cumbre, de hecho, una de sus favoritas. Lo atropelló un remolino de recuerdos respecto a la misma y a su autor. Presa del pánico senil que sucedía a estos episodios de memoria oculta, se abalanzó sobre el bello ejemplar sólo para constatar que efectivamente ya había sido escrito.
Horas de llanto, horas de rabia, de impotencia y desesperación fueron preludio de un estado de somnolencia. Mas cuando despertó, como por efecto de una bendición divina, no recordaba nada. Tomó un libro, sirvió café y se abandonó a una nueva embriaguez literaria.
A la mañana siguiente, se sentía otra vez dispuesto. Tras repetir maquinalmente los mismos hábitos, escribió:
Cierta tarde de principios de julio, muy calurosa, un joven abandonó la mísera habitación que tenía alquilada en la calleja de S…”
E igual que antes, la esquiva lucidez mental le mostró en un minuto el mundo que no había creado: furiosamente, arrancó del estante el ejemplar de Dostoievski e hizo la cruel comprobación.
¡Para qué relatar tantas penurias! Basta con decir que le había ocurrido lo mismo con Kafka, Dante, Shakespeare, Víctor Hugo, Poe, Vargas Llosa, Lorca, Hemingway…
Pero una mañana, se despertó especialmente dispuesto. Tanto, que fue a cobrar su pensión, compró algunos víveres y hasta dialogó con los vecinos. Se veía radiante. Tal vez la sensación de recuerdos olvidados le abandonó por unas horas.
Estaba ansioso por comenzar a escribir. Esta vez sí que lo había logrado. Tenía toda la historia perfectamente organizada. No recordaba haber escrito tantos apuntes y mucho menos que los hubiera escondido, así  que encontrarlos fue una total revelación. Esta obra era magistral:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”
Las palabras fluían sobre las hojas. Era un rapto de inspiración increíble para una  jornada muy productiva. Sabiendo que podía retomar la escritura de “su” novela en cualquier momento, decidió retirarse a descansar. ¡Sueño pesado y feliz!
La mañana lo recibió con un fuerte aguacero. Nada mejor que el café. Nada mejor que la prensa. Los titulares anunciaban días de duelo nacional. Un célebre escritor había fallecido.
-       Ni tan célebre; no conozco su obra, se dijo. Y sonrió despectivamente.
Leyó más por curiosidad que por interés. La desagradable sensación de recuerdos recuperados que se atropellan torpemente le invadió todo el cuerpo. La editorial de prensa que causó tal conmoción comenzaba así: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”
En efecto, un célebre autor había fallecido y él, un escritor que nunca lo fue, apenas tuvo el  tiempo suficiente para ubicar en la biblioteca “Cien Años de Soledad” y hacer la odiosa comprobación.


DÍAS DE DUELO - (c) - MARISELLA ZAMORA

14 de septiembre de 2013

LA FUERZA DEL VIENTO

Por Mary Zamora
(Encuentra éste y otros relatos en Universo de libros y Diversidad Literaria).

Hacía varios años ya que despertaba cada día con la ilusión de un milagro: su hijo se acordaría de ella, iría a visitarla y hasta le llevaría flores; sabía que no debía esperar demasiado, pero se trataba de su Andy y aún después de tanto tiempo separados, seguía teniéndole muchísima fe.
Los días avanzaban lentos para ella, raudos para él, como si vivieran en tiempos diferentes; le era doloroso reconocer que muy pocas veces Andy la recordaba y sin embargo, ella estaba siempre ahí.
Era un hombre promedio, de esos que elevan plegarias a Dios sólo cuando la necesidad es apremiante; tenía una bella esposa, hijos aplicados, empleo agradable, amigos leales, reconocimiento y por supuesto, dinero. Ella, por su parte, era la madre sumisa, entregada, sacrificada, la de manos callosas sin manicura que había ido perdiendo la vista poco a poco en la velocidad de su máquina de coser. Abogaba a Dios por él desde siempre, sin pedir nada para sí; las madres saben que toda su felicidad se reconcentra en la felicidad de los hijos.
Ahora, sabiendo que le quedaba poco tiempo, se atrevía a pedir algo para ella, aunque en su interior supiera que lo pedía también para él, para evitarle padecimientos al alma de su hijo llegado el momento.
Un día más, otro, y otro, y con ellos, la esperanza; Andy se encontraba como siempre ocupadísimo. Excusarlo, perdonarlo por el olvido eterno y esperar. 
Pero ya no había más tiempo; la hora del último estertor había llegado. Intentó llamarlo con todas las fuerzas de su pensamiento:
- ¡Por favor, me queda tan poco tiempo!

La suerte estaba echada. Las últimas lágrimas las lloró frente a la losa que daba cuenta de su muerte física: Abril 7 de 1987. Recordó cómo los primeros años, el hijo amado, junto con la familia, venía a visitarla los domingos y le traía flores. Luego de algunos años, las visitas se fueron espaciando, pero aún le alcanzaba para seguir con vida; mientras no la borraran por completo de sus recuerdos, permanecería viva. Con el tiempo, ese recuerdo se redujo a una misa anual por el “descanso” de su alma y finalmente, tuvo que conformarse con ser apenas mencionada en alguna reunión familiar.
Todo esto había hecho que poco a poco fuera desapareciendo; los demás entes que compartían “eternidad” con ella, la animaban a no perder la fe, pero finalmente, habían terminado por aceptar que pronto partiría.
Ella no se resistió; un último pensamiento en el que pudo ver a Andy. Era feliz.
Entonces, sintió cómo una fuerza sobrenatural la arrastraba consigo, pero ya no era consciente de que se había incorporado a ella. Había muerto. Ahora formaba parte de la fuerza del viento. Lejos, muy lejos de allí, su hijo elevaría a Dios una nueva plegaria.
LA FUERZA DEL VIENTO - (c) - MARISELLA ZAMORA