24 de octubre de 2018

DE CIUDAD



Por lo general, es gris. ¡Hermosamente gris! Ella sabe del temprano aroma del café y del apresuramiento de los caminantes. Conoce de cerca el apetito de las palomas, las manos compungidas que se quedan sin limosna, los hijos del arte que resisten en cada función, los disímiles atuendos, acentos y colores, el eco de los ladridos, la sombra de antiguos llantos. ¡Los conoce, los vive, los propicia, los soporta! Ella, la joven matrona de casi quinientos años que no sucumbe ante el peso repulsivo del concreto enquistado en sus montañas, arropa millones de almas bajo su enérgico manto gris. 

19 de marzo de 2018

#LoQueLeo: Un mundo feliz

Por Mary Zamora

"Todo condicionamiento va hacia esto: hacer que la gente ame su inevitable destino social."


Imagen tomada de: http://www.langostaliteraria.com/un-mundo-feliz-y-seis-puntos-para-dominar-al-mundo/


     Muchas páginas se han escrito en torno a esta obra de Huxley y sin embargo, aún leyendo todas esas páginas, no es posible hacerse una idea particular de la novela sin leerla, sin apreciarla en cada uno de sus párrafos, sin aprehender cada una de sus máximas, cada uno de sus sarcasmos, alusiones y simbolismos. 

     Mi primera impresión al leer "Un mundo feliz" es de un profundo desagrado. No por la obra en sí misma que ha sido considerada con mérito más que justo, una de las cien mejores novelas del siglo XX por el diario Le Monde; no por la manera de narrar del autor que hace fácil y amena la lectura al permitir el desarrollo de la trama sin ambages; no por el mundo futurista que inventa ya en 1932 en cada uno de sus detalles de forma fantástica, sino más bien por ese escenario terrible, indeseado pero cada vez más posible que nos muestra; ese escenario donde se suprime la individualidad del ser humano, el arte, la literatura, la ciencia, la iniciativa, la fe, el amor, las pasiones, los padres, las madres, la diversidad e incluso el olor corporal, la enfermedad y los achaques de la vejez, todo en aras de mantener un estado de cosas manipulado, un orden mundial aparentemente perfecto y estúpidamente feliz por cuenta de la evasión que proporciona el soma; un gran y único Estado en el que "todo el mundo pertenece a todo el mundo" justamente por que no puede ser de otra manera; justamente porque se han suprimido todas y cada una de las otras maneras. 

     La segunda impresión que me deja es la de una gran familiaridad con lo que es la civilización actual. Para la época en que Huxley escribió "Un mundo feliz" ya alcanzaba a vislumbrar los grandes vicios de una sociedad donde la tecnología alcanza usos que van desde lo absurdo hasta lo peligroso. "Crear" a las personas en laboratorios dotándolas o privándolas de características en atención a una rigurosa ley de castas, y condicionarles para cumplir únicamente éste o aquel papel dentro del engranaje social, es ya suficientemente grotesco. Pretender que la realidad, el dolor o el sufrimiento se pueden y se deben evadir dándose unas "vacaciones" en forma de gramos de soma, también lo es. "Sí, muy propio de ustedes. Librarse de cualquier cosa desagradable en lugar de aprender a soportarla." , nos dice John, el Sr. Salvaje, uno de los personajes principales de la novela. "No sufren ni luchan. Se limitan a abolir las pedradas y las flechas. Es demasiado fácil."

     Pretendo simplemente recomendarles que no se priven del placer de leer esta obra magistral. No los dejará indiferentes. Su altísima carga erótica y sexual y la coexistencia en un mismo ser de los dos mundos, uno, el viejo, imperfecto y desgraciado, y otro, el futuro, perfecto y "feliz", desencadenarán un final digno de Shakespeare para el que no se necesita la alegría amañada de ningún tipo de soma. 





10 de febrero de 2018

PAÍS MENOS "PIOR"


Por Mary Zamora




          Hace poco leí un tuit en la cuenta de @sebacreton que reza: "El producto mejor terminado del capitalismo es el pobre de derecha." Ignoro si será de su autoría pero considero que refleja una absurda realidad colombiana en la que vemos como, mandato tras mandato, resultan elegidos candidatos perteneciente a la clase política tradicional, esa clase política de las élites, de las mismas castas, de los mismos apellidos; esa clase política que ha contaminado de corrupción todo el establecimiento estatal; la misma que ha recurrido a prácticas como la trashumancia electoral, la compra de votos, el constreñimiento al elector entre otros delitos, para atornillarse al poder; la misma que más o menos en la década de los 40´s desencadenó la terrible violencia bipartidista y con ella, la aparición de las guerrillas en el país con las consecuencias que ya todos conocemos. 

          Pese a todo ello, asistimos a una suerte de repetición perpetua de Mouseland, el mundo de los ratones gobernados por los gatos, aquel discurso que Tommas Douglas pronunció basado en la fábula de Gillis. Es así como en Colombia, por tratarse de año electoral y teniendo en cuenta la firma de los Acuerdos de Paz con las FARC, sumado a los cambios a todo nivel que exige su implementación, la más rancia ultraderecha de la mano de los grandes grupos económicos y de sus vasallos, los medios, enfilan baterías en aras de impedir que ese estado de cosas que ellos mismos han creado y del que tanto se han beneficiado, cambie. Nada importan la coherencia, la decencia, los postulados. Atrás quedan las rencillas, las diferencias, los señalamientos mutuos. Para la ultraderecha todo vale. Las alianzas están a la orden del día. Los discursos plagados de odio, patrioterismo y bravuconería se escuchan aquí y acullá. Estos falsos "mesías" encontraron además el chivo expiatorio propicio a su mezquindad, a su vileza: Venezuela. Y se inventaron un "coco" espanta zopencos y mentecatos al que bautizaron "castrochavismo". Y, emulando al ministro de propaganda del gobierno de  Hitler, el peligroso Goebbels, aplican sus ruines principios inventando noticias que distraigan las malas noticias, exagerando y desfigurando la realidad, repitiendo las mismas mentiras una y otra vez hasta hacerlas lucir atuendos de verdad irrefutable. 

          Pero como si todo lo anterior no fuera lo suficientemente penoso, día a día nos topamos en los ámbitos real y virtual con ciudadanos cuyo único interés político es hacer las veces de cajas de resonancia, de meros repetidores. Con estos pobres alienados es imposible tener la más mínima conversación o esperar que escuchen argumentos, lo que no hace más que validar la eficacia del Principio de Vulgarización de Goebbels que expresa: "Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar." 

       En ese orden de ideas cabe preguntarse: ¿porqué la masa colombiana no reacciona ante la opresión que ha tenido que soportar durante décadas por cuenta de los gobernantes de la derecha y su corruptela? ¿Será por la ridiculez de ser uno de los países más "felices" del mundo que prefiere el "malo conocido" que roba al "bueno por conocer"? ¿Será culpa de la cultura narcotraqueta que lo acostumbró a aceptar que "el vivo vive del bobo" y le gusta hacer el papel del bobo? ¿Será por su arribismo con unos y su servilismo con otros? ¿Será que el colombiano heredó de la madre patria un gen de la deshonestidad? ¿Será su doble moral que le impulsa a inventarse pajas en el ojo ajeno para disimular las vigas de su propio ojo? ¿Será que lo mejor de Colombia finalmente no es su gente como les gusta pregonar a muchos por ahí?

          Personalmente, creo que somos de la estirpe maldita de los Buendía. Que sufrimos hace medio siglo la enfermedad de la memoria. Que uno de nuestros pecados consiste en mirar para otro lado (para el lado de RCN, por ejemplo). Que si no actuamos ahora ya no tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra. De ser así, me avisan , por favor cuando nazca el niño con cola de cerdo. 

21 de enero de 2018

#LoQueLeo : Mrs. CALDWELL HABLA CON SU HIJO


Imagen tomada de: https://ataria.eus/tolosaldea/1511449930841-solasaldia-hizkuntza-eta-teknologia











"La soledad, hijo mío, no es buena madera para poder pasar las yemas de los dedos sobre la huella de tu nombre, Eliacim."


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Amigos, dejemos el análisis literario a los académicos. Escribo aquí como lo haría cualquier lector que siente en la piel, en los sentidos, el plácido influjo de las letras bien logradas, esta vez en forma de misivas dirigidas por una madre a su hijo "tierno como la hoja del culantrillo", que vive muerto en las honduras del mar Egeo.

Mrs. Caldwell habla con su hijo, o al menos lo pretende. O lo cree. O lo quiere. O lo imagina. Por eso es capaz de contarle en sus cartas, en ese bello monólogo interior, en esa suerte de diario dividido en 212 fragmentos, desde las más triviales anécdotas, recuerdos, anhelos, temores, confesiones y reproches, hasta los más absurdos e inverosímiles pensamientos que la febril imaginación de una madre atormentada por el amor es capaz de concebir, amor que, dicho sea de paso, traspasa por momentos la frontera de lo maternal y se instala en el ámbito de lo censurable como se puede colegir en fragmentos como aquel: "Hijo, baila conmigo este tango, llévame bien apretada contra ti, y canturrea por lo bajo esa letra repugnante que me devuelve la juventud y que me llena el pecho de malas intenciones. Obedece a tu madre, hijo: que nadie pueda decir que me desobedeces."

Y, sin embargo, no podemos censurar a Mrs. Caldwell, mujer que intuimos todavía bella, todavía fuerte, asida a sus últimos vestigios de razón. Ella es culpable de amor, es culpable de locura, es culpable de soledad y de nostalgias de futuro, y quizá también, es culpable de esperanza, esa esperanza que la lleva a pensar con benevolencia respecto de la actitud de sus amigas cuya visita aún espera en el Real Hospital de Lunáticos, y a creer - ¡quién lo sabe!- que algún día sus misivas tendrán respuesta. 

Tal vez no debamos buscar en esta obra una novela. Para mi gusto es más bien una fascinante creación poética plagada de símiles, de metáforas, de imágenes del tenor de: "...tenía la cabeza hueca y en su calavera se empollaban los minúsculos huevecillos de las tormentas...", o aquella otra: "El estío es la estación de los moribundos, la estación en la que los moribundos se suben, precipitadamente, al tren de la muerte, que pasa silbando con cadencia viejas tonadas intrascendentes."

Queda, pues, abierta la invitación. Añadiré que además de la sorpresa que causan estas letras agónicas, que lo mismo hablan de la sopa, de las viejas cortinas, de los trenes, los relojes, los árboles y el agua, especialmente del agua, tienen esa belleza única de lo sencillo.