Por Mary Zamora
Alias “Gonzo” se había movido con solvencia en el mundo del hampa y el narcotráfico durante décadas, y se ufanaba de haber salido ileso de diversos atentados y operativos policiales. Por ello, la madrugada en que debió pedir una ambulancia ante la urgencia de un dolor tan vivo que le obligaba a abrazarse el abdomen, reconoció que había desestimado por mucho tiempo las recomendaciones de sus médicos.
Alias “Gonzo” se había movido con solvencia en el mundo del hampa y el narcotráfico durante décadas, y se ufanaba de haber salido ileso de diversos atentados y operativos policiales. Por ello, la madrugada en que debió pedir una ambulancia ante la urgencia de un dolor tan vivo que le obligaba a abrazarse el abdomen, reconoció que había desestimado por mucho tiempo las recomendaciones de sus médicos.
Días
después, ya superada la emergencia, el oncólogo confirmó sus sospechas más
desoladoras y no contento con ello, acrecentó la alarma dándole un número posible
de meses de vida, acompañado de recomendaciones insulsas.
De regreso
en su casa, “Gonzo” se aprestó a dar la pelea: visitaría a los mejores
especialistas; recurriría a todos los tratamientos y terapias por insólitos que
parecieran; tomaría los medicamentos que le indicaran y llevaría al pie de la
letra las dietas y prohibiciones más rigurosas, todo con tal de no morir y dejar
en manos de sus enemigos el monopolio del negocio.
Pese a ello, y luego de meses desgastantes, no se evidenciaban mejorías en
su estado.
Sintiéndose
vencido por el infortunio, decidió que lo mejor sería hacer alianzas y firmar
pactos con algunos de sus contendores para asegurar así la participación de sus
herederos en los negocios comunes una vez él faltara. Para ello citó a “Calibre”, (jefe de una banda delincuencial reconocida) y
luego de algunos rodeos desconfiados, le relató la funesta historia.
“Calibre” se
mostró solidario, aunque es su fuero interno se sentía aliviado por la próxima
salida de circulación de alias “Gonzo”. No obstante, dicha satisfacción le duró
apenas un par de días. Su gusto por los toros lo había llevado hasta una
popular corraleja donde estimulado por el licor, se lanzó al ruedo en calidad
de aficionado creyendo que sus escasos 80 kilos de peso ebrio podían darle
batalla a los más de 500 del toro. El desenlace para él fue fatal.
Ante
la noticia, “Gonzo” no tuvo más opción que reunirse con otro de los jefes de un
clan importante. De nuevo la solidaridad por su situación fue notable, pero de nuevo
el adquiriente del secreto falleció a los pocos días en un ridículo accidente de
motos de alto cilindraje.
Conmocionado
por tal suceso “Gonzo” concertó entonces una cita con “Metralla”, uno de los jefes de cartel más temidos de todo el país.
La conversación giró en torno a temas de interés mutuo y como era de esperarse,
a las absurdas muertes de sus colegas de oficio. A su turno, “Gonzo” inició el relato
de su próxima partida.
Días
después de la solidaria reunión, “Metralla”
resultó muerto tras un percance en su propia casa en el que su hijo disparó
accidentalmente un arma que el capo
guardaba en la gaveta del escritorio.
“Gonzo”
no daba crédito a lo que estaba pasando: todo indicaba que cada persona con la
que hablaba de su condición, perecía. Él, que hasta entonces decidiera la suerte
de muchos como autor material o intelectual, tenía ahora a su disposición un poderoso
método nada regular que además le aseguraba suma impunidad.
En
los meses sucesivos, “Gonzo” se concentró en limpiar su camino de acreedores,
enemigos y competidores potenciales con quienes se reunía bajo la excusa de proponerles
la firma de una alianza conveniente para ambas partes.
Su
fortuna y poder crecieron rápidamente, así como el mito que se tejió en torno a
él. Los más suspicaces vinculaban en secreto su nombre con las muchas muertes
registradas; otros llegaron a hablar de pactos con el demonio y algunos más
evitaban acudir a su encuentro, tachando la cita como “mortal”. Incluso las
autoridades se mostraron sorprendidas por la forma en que habían sido dados de
baja tantos capos, en lo que llamaron
un ajuste de cuentas o limpieza al interior de las organizaciones delictivas. Para
entonces, el otrora moribundo alias “Gonzo” advertía una insólita recuperación en
su estado de salud de la cual daban fe sus médicos, sin poder atribuirla a cosa
distinta de un milagro.
Para
“Gonzo” había llegado la hora de jugarse la carta más importante: se
entrevistaría con “Chacal”, el mayor adversario que tuviera a lo largo de toda
su carrera criminal. Al cabo de un par de meses intercambiando emisarios, finalmente
logró concertar la cita.
Sabiendo
que “Chacal”, (un hombre de casi sesenta años que había forjado todo su imperio
gracias al contrabando de gasolina en la frontera) no era presa fácil y dudaría
de la veracidad de tal confesión dado su buen estado de salud que evidenciaba
todo lo contrario, quiso prepararse lo mejor que pudo para el encuentro. Repasó
mentalmente varias veces las palabras que utilizaría así como el orden adecuado
en que debía decirlas. También estudió la forma más certera de hacer que se
identificara con su padecimiento y el dolor que sentía al tener que abandonar a
su familia.
Empero,
la noche anterior al encuentro “Gonzo” sintió que su entrenamiento no era
suficiente; “Chacal” tenía fama de ser un conocedor del alma humana. Fue así
como pidió que llevaran a su estudio un espejo de cuerpo entero y dio órdenes severas
de no ser interrumpido. Una vez solo y como si se tratara de un libreto,
comenzó a recitar sus líneas frente al espejo una y otra vez, poniendo especial
atención a su lenguaje corporal y tratando de imprimir tal dramatismo a la
confesión de su muerte que por poco se suelta a llorar. Cuando estuvo convencido
que su actuación era absolutamente creíble, se dejó caer extenuado en el sillón,
abandonándose al sueño.
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Sólo
un hombre tuvo la osadía de incumplirle una cita a “Chacal”, pero este supo
perdonar la afrenta de inmediato: los medios registraba que alias “Gonzo” había
amanecido muerto.
La vida te de sorpresas, gracias por tan inquietante relato...
ResponderEliminarGracias estimado lector Anónimo por animarte a leer el relato. Un abrazo.
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