Por Mary Zamora
- ¡Señor Matthew, por Dios, cómo me dice
que le incumplimos con la entrega, si hoy es lunes! - se
defendía el señor Villa –
- ¿Me toma usted del pelo?- espetaba
a su vez el señor Matthew con voz airada al otro lado del auricular- hoy es martes, señor, martes 14 de febrero.
- De ninguna manera pretendo ofenderle, (y
esta vez Villa trataba de infundirle a su voz un tono conciliador), pero le suplico que rectifique en su
calendario.
- Señor, no seguiré discutiendo con usted.
Doy por terminado nuestro contrato.
Al
otro lado de la línea, el señor Villa debió retirar el auricular para que no lo
hiriera el golpe con que el señor Matthew descargó el teléfono. Salió
penosamente de su oficina, resoplando, para gritar con todas las fuerzas:
-
¿Qué
día es hoy?
-
Lunes,
señor, - contestaron al unísono los empleados- Lunes 13 de febrero.
-
¿Están
todos seguros?
-
Por
supuesto señor,
-
¡Maldita
sea!, entonces porqué Matthew asegura que hoy es martes.
-
Señor,
eso es imposible.
Y, como
iluminados por la misma idea, procedieron a sacar y revisar sus calendarios: era martes 14 de
febrero, día de San Valentín y en los hoteles del señor Matthew no había flores.
Imposible.
Absurdo. El señor Villa, como idiotizado, regresó a su oficina y se dejó caer
en el sillón. Cerró los ojos. Se impuso dormir. Tal vez, con la presión de la
entrega del pedido, se había levantado antes de que sus sueños terminaran de
transferirse de nuevo a la almohada. Sí, eso era. Dormir un poco más.
Afuera,
los empleados atónitos rectificaban una y otra vez la fecha, revisaban
diferencias horarias más que conocidas, indagaban con las empleadas de planta,
con los porteros, en fin. Todos coincidían en que debería ser lunes, pero
inexplicablemente era martes.
Desafortunadas
escenas como la ocurrida en la empresa floricultora del señor Villa se repitieron
sin cesar durante todo el día, llevando a la gente al borde del paroxismo. El
primer mandatario, en alocución presidencial, no tuvo más remedio que aceptar
que en todos los calendarios de la nación era martes 14 de febrero. En consecuencia, solicitaba que cualquier
acreencia o compromiso adquirido para el día inmediatamente anterior, es decir
el Lunes 13, debía ser pospuesto, anulado o, en su defecto, aplazado para el
próximo lunes. También explicaba que si
nos fijábamos bien, únicamente faltaba el lunes 13 de febrero y por tanto, no
debíamos preocuparnos más de la cuenta.
Dichas
declaraciones tranquilizaron en algo a los aterrados habitantes mientras el
insólito caso del país sin lunes era registrado en los medios de comunicación
de todo el mundo.
La
semana transcurrió en aparente calma. Muchas personas, por prevención, miraban
sus calendarios antes de salir de casa y comprobaban aliviados que se
encontraban en el día correcto.
De
otro lado, científicos de las áreas más disimiles, vinieron al país para tratar
de explicar semejante fenómeno. Visitaron fábricas, oficinas, hogares, plazas,
universidades; entrevistaron personas de las más variadas condiciones; tomaron
muestras de sangre, de orina, realizaron test de rendimiento laboral, de personalidad,
recogieron fragmentos de tierra, realizaron mediciones en los niveles de ruido,
en la calidad del agua y hasta en los niveles de radiactividad. Las
conclusiones y resultados de dichos análisis serían dados a conocer el lunes.
¿Qué
ocurrió?
Tal
y como lo temían algunos de los investigadores, el lunes 20 de febrero tampoco
llegó. El país entró en una especie de psicosis colectiva al confirmar que en
lugar de lunes 20 era martes 21. Las calles se llenaron de gente que se debatía
entre el temor y la violencia. Un vocero del equipo investigativo transmitió las
conclusiones en cadena nacional. En resumidas cuentas, se trataba de un
episodio de deuterofobia de masas nunca antes visto:
“La deuterofobia es la fobia a los
lunes. Sus síntomas se presentan especialmente la noche del domingo y consisten
en pesadillas, decaimiento, ansiedad, sudoración y hasta taquicardias. En países
como el vuestro, donde las jornadas laborales son excesivas y la retribución
económica no compensan tal esfuerzo, sumado a otra serie de factores, hacen que
la fobia al lunes sea común; creemos que habéis sincronizado vuestra energía
mental deseando que no llegue el lunes y lo habéis logrado: no volverá a menos
que lo deseéis con la misma intensidad con que habéis deseado que se
vaya.”
El
informe era concluyente. Todos tenía parte de culpa en lo que estaba ocurriendo.
Surgió entonces un movimiento pro-lunes que exhortaba a los ciudadanos a desear
el regreso del día perdido. Entre tanto, y como era evidente que no había
consenso a favor o en contra del regreso del lunes, el país debió adaptarse a
su nuevo calendario poco a poco. Lo más extraño – si es que puede haber algo más
extraño - era que en los calendarios,
los lunes seguían figurando hasta la noche del domingo. Hubo quienes se
dedicaron a observar durante toda la noche de muchos domingos, calendario en
mano, en qué momento específico el lunes se esfumaba. Algunos decían haber
observado cómo, a eso de las 3:30 de la madrugada, la fecha y el nombre lunes se iban borrando silenciosamente.
Otros aseguraban que el fenómeno ocurría a la media noche y algunos más, que no
era posible fijar una hora exacta, pero que siempre ocurría antes del amanecer.
Los del movimiento pro-lunes, se reunían los domingos en la noche a diferentes
horas y, con toda la fuerza de su deseo, trataban de asir al día esquivo, pero
en vano.
Los
meses pasaban y el país, sin lunes. Con el tiempo, aquella situación en principio
tan extraña, se hizo normal. Era cuestión de asumir su nueva realidad y en eso
andaban la mañana del martes 18 de agosto, cuando un ejecutivo salió disparado
de su edificio, gritando como un demente:
- ¿Es martes, verdad, martes 18 de agosto?
Los
transeúntes no respondieron. La experiencia aconsejaba consultar el calendario:
era miércoles 19.
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