10 de abril de 2021

La carrera

 Por Mary Zamora


No supe de dónde salió. Lo vi venir por la mitad de la calle a unos pocos metros de mí, así que no intenté cambiarme de acera. Apuré el paso. Él aceleró también. “Este me va a robar”, pensé, e instintivamente apreté el bolso contra mi cuerpo. Lamenté no haber sacado antes el manojo de llaves, pero ya era tarde. Estaba frente a mí:

— ¡Suéltelo!

— ¡No!

— ¡Que lo suelte!

— ¡No!

Ambos nos aferrábamos con fuerza al bolso. El tipo no llevaba armas, o al menos no vi ninguna, así como tampoco pude ver su cara, apenas su cabeza grande, como una rémora adherida a mi bolso, forcejeando. Se fijó en el paquete que, desprotegido, colgaba de mi brazo derecho. Sentí el quemonazo del plástico en la piel cuando me lo arrancó.

— ¡Puta!—, me gritó, y la luz escasa de la calle me mostró un instante sus ojos. Me pareció joven pero demacrado. Empezó a correr. Yo corrí tras él. Una, dos, tres cuadras quizá.

— ¡Cójanlo!—, grité, y de inmediato me sentí tonta porque sabía que nadie me ayudaría a detenerlo, y que no lo alcanzaría. Desistí. Las piernas me temblaban. Un tacón se había partido, así que me quité los zapatos y caminé descalza, despacio, sintiendo la fría rusticidad del pavimento en mis pies. Para entonces las pantimedias también estarían rotas, y la falda, mucho más arriba de lo normal. La acomodé, con pudor. Dos hombres parados en la puerta de una tiendecita daban muestras de su reciente embriaguez. Algo me dijeron, pero no lo escuché, reconfortada como estaba por la brisa nocturna que me devolvía el aliento perdido en la carrera, y me secaba el sudor de la cara. Pensé en el ladrón y en su ridículo botín. ¿Dónde iría? Ya habría dejado de correr también, seguro de su ventaja y al amparo de la soledad de un barrio tan al sur del sur de la ciudad, que bien podría no ser real. ¿Ya habría abierto la bolsa? Claro que sí. Lo imaginé sentado en un andén, mirando aquí y allá con prevención, antes de descubrir el contenido del paquete hurtado. Era una noche despejada de algún mes incierto del año 2000. No pude evitar reír. Cuando se es joven también se es propenso a la risa. ¡Qué tontería correr tras un ladrón para recuperar una bolsa con ropa vieja!