21 de enero de 2018

#LoQueLeo : Mrs. CALDWELL HABLA CON SU HIJO


Imagen tomada de: https://ataria.eus/tolosaldea/1511449930841-solasaldia-hizkuntza-eta-teknologia











"La soledad, hijo mío, no es buena madera para poder pasar las yemas de los dedos sobre la huella de tu nombre, Eliacim."


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Amigos, dejemos el análisis literario a los académicos. Escribo aquí como lo haría cualquier lector que siente en la piel, en los sentidos, el plácido influjo de las letras bien logradas, esta vez en forma de misivas dirigidas por una madre a su hijo "tierno como la hoja del culantrillo", que vive muerto en las honduras del mar Egeo.

Mrs. Caldwell habla con su hijo, o al menos lo pretende. O lo cree. O lo quiere. O lo imagina. Por eso es capaz de contarle en sus cartas, en ese bello monólogo interior, en esa suerte de diario dividido en 212 fragmentos, desde las más triviales anécdotas, recuerdos, anhelos, temores, confesiones y reproches, hasta los más absurdos e inverosímiles pensamientos que la febril imaginación de una madre atormentada por el amor es capaz de concebir, amor que, dicho sea de paso, traspasa por momentos la frontera de lo maternal y se instala en el ámbito de lo censurable como se puede colegir en fragmentos como aquel: "Hijo, baila conmigo este tango, llévame bien apretada contra ti, y canturrea por lo bajo esa letra repugnante que me devuelve la juventud y que me llena el pecho de malas intenciones. Obedece a tu madre, hijo: que nadie pueda decir que me desobedeces."

Y, sin embargo, no podemos censurar a Mrs. Caldwell, mujer que intuimos todavía bella, todavía fuerte, asida a sus últimos vestigios de razón. Ella es culpable de amor, es culpable de locura, es culpable de soledad y de nostalgias de futuro, y quizá también, es culpable de esperanza, esa esperanza que la lleva a pensar con benevolencia respecto de la actitud de sus amigas cuya visita aún espera en el Real Hospital de Lunáticos, y a creer - ¡quién lo sabe!- que algún día sus misivas tendrán respuesta. 

Tal vez no debamos buscar en esta obra una novela. Para mi gusto es más bien una fascinante creación poética plagada de símiles, de metáforas, de imágenes del tenor de: "...tenía la cabeza hueca y en su calavera se empollaban los minúsculos huevecillos de las tormentas...", o aquella otra: "El estío es la estación de los moribundos, la estación en la que los moribundos se suben, precipitadamente, al tren de la muerte, que pasa silbando con cadencia viejas tonadas intrascendentes."

Queda, pues, abierta la invitación. Añadiré que además de la sorpresa que causan estas letras agónicas, que lo mismo hablan de la sopa, de las viejas cortinas, de los trenes, los relojes, los árboles y el agua, especialmente del agua, tienen esa belleza única de lo sencillo.