9 de febrero de 2014

Dipinto di blu

Anoche murió Pánfilo. Lo encontré tirado a eso de las 9, la cabeza contra el piso, ligeramente ladeado, como si hubiera caído desde arriba sobre uno de sus costados. Apenas si pude musitar su nombre estando allí, de rodillas junto a él, mirándole. La inundación subía por mi garganta tan velozmente como subía yo las escaleras para darle a mi familia la mala noticia. Miré a mi esposo unos segundos, los suficientes para que adivinara mi dolor, y a su pregunta respondí: “Pánfilo se murió”. Bajé de nuevo rápidamente, confiando en que tal vez estuviera equivocada. Quizá sólo dormía. No fui capaz de tocar el cadáver, de inspeccionarlo. ¿Y si continuaba con vida y no lo auxilié?
Mi esposo tardó un poco en bajar. El impacto de la noticia o la poderosísima fuerza de atracción del televisor se lo impidieron. Lo tomó con especial cuidado. Lo atrajo hacia sí. Era muy pequeño. Le preguntó en un arranque pueril, “¿porqué te moriste? ¿Qué te pasó Pánfilo?” Y cual si fuera un experto forense, comenzó a inspeccionar todo su cuerpecito, dictaminando que el deceso debió ocurrir hacia poco, pues aún estaba tibio. Incluso, dijo que parecía haberse atragantado con algo e intentó revivirlo. Yo apenas si podía mirar sus ojitos entornados y acariciar con uno de mis dedos mojados de llanto su frágil cabecita inerte.   
Entonces comprendí que no había nada qué hacer. Le pedí que se lo llevara fuera. Mañana veríamos dónde enterrarlo. Mi hija observaba más bien con curiosidad. Intentó consolarme como se hiciera con un niño que no comprende el significado de la muerte. Tal era mi afectación.  
Recordé el día de su llegada. Recordé que rogaba que no se muriera casi de inmediato como me había pasado con los demás. Por fortuna él resultó ser más fuerte. Al poco tiempo llegó Josefita para acompañarlo. Verlos juntos era un verdadero placer: sus mimos, sus peleas, sus arrumacos, la forma en que Pánfilo la perseguía o esa manera tan suya de hacerle saber que él era quien mandaba. ¡Y ni qué decir de sus piruetas amatorias! Al principio era muy torpe y Josefina se desesperaba, le reñía, se alejaba. Pero al paso de los días, luego de mucha paciencia y práctica, se hizo todo un experto. Recordé su dispersa alegría. Recordé también su aire melancólico. Ya no pude recordar más…las lágrimas inundan los recuerdos.
Esta mañana Josefita estuvo muy triste durante unas horas. No quería comer. Miraba con sus enormes ojos negros en silencio, sin inmutarse, el lugar vació donde viera por última vez a Pánfilo.
Sé que no les importa; sé qué pensarán que exagero, pero anoche murió Pánfilo, mi bellísimo periquito azul y estoy triste.



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